domingo, marzo 18

Narraciones Porteñas : La Maestra

LA MAESTRA

Pasaba con frecuencia por la vereda de mi casa y nosotros la observábamos desde el balcón. Era una dama de elegante porte, y en hermosa madurez ya por entonces. Era mujer de hombros erguidos, tez blanca, ojos glaucos y cabellos de oro. La falda siempre de tonos atezados, casi faldón, poco más o menos le llegaba una cuarta de los tobillos, sobre la que lucía un abrigo negro. Usaba zapatos de tacón o taco, según las circunstancias. Caminaba ingrávida, evanescente, vaporosa, etérea como deslizándose por levitación. Ella y mi abuela Lucha se saludaban e intercambiaban palabras cuando coincidían en la calle. En la intimidad del hogar mi abuela pensaba en voz alta: ¡Cómo quisiera ser como ella, libre de ocupaciones domésticas, de preocupaciones de nietos, dueña y soberana del propio tiempo, y con amplias facilidades para emplearlo en lo que a una le gusta, en la lectura, en las artes, en el teatro, en la ópera, en los juegos florales!
Calle Libertad, Callao antiguo
La maestra – señorita, la llamaban los vecinos-, era soltera y, por lo tanto, jamás estuvo casada con nadie ni fue madre de vástago alguno. Todos los hijos que tuvo, que fueron innumerables, lo eran espirituales, habidos en el tálamo de las aulas escolares, concebidos y logrados sobre la tarima, a través de la docencia. La maestra vivía en un lugar indeterminado, impreciso y desdibujado que años después me enteré situado justo en la acera de la Calle Paraguay, frontal a la de Libertad.
Corrieron decenios. Era el año de 1984 y hallándome en El Callao decidí ir a buscarla para conversar y decirle que la conocía desde cuando yo era criatura. La maestra pertenecía al siglo XlX y era algo menor que mi abuela.
Toqué la puerta y me respondió un orfeón canino que ladraba y aullaba en todas las octavas. Había tenores, barítonos y bajos como sopranos, mezzosopranos y contraltos que en algazara ensordecedora emitían sus respectivas voces en concierto desconcertado. Los coros felinos quedaron ahogados ante tamaña barahúnda perruna. Abrióse la ventana y apareció una anciana de faz flácida, seca, de nariz delgada y huesuda, pero de fisonomía benévola y sonriente, aunque sorprendida. Me miró con detenimiento y me dí cuenta que hacía esfuerzos por encontrar en su memoria mi ficha archivada:
¿Si?
Cómo está, señora.... Seguramente usted no se acuerda de mí porque hace años que me mudé del Callao -le expliqué dónde vivía y quién era mi abuela-.
Sí, claro que me acuerdo de ella... Tengo entendido que falleció hace varios años; ... ¡lo siento! ... Discúlpame que no te deje entrar, pero aquí en casa tengo más de ochenta perros y ni yo misma sé cuántos gatos hay, ... unos y otros llegan cada día... son los abandonados, los desamparados de los alrededores y del Callao entero... me los traen y aquí encuentran cobijo. Hay una señora que viene cada día y me ayuda en las compras y a prepararles los alimentos, y de paso vigila que yo siga con vida y no me muera y me almuercen mis protegidos... ¿Que cómo los mantengo?: Mis padres al morir me dejaron unos inmuebles, y con lo que éstos me dan de renta, además de mi pensión de maestra, alcanza para todos nosotros, los de dos y los de cuatro patas.
Me interesé por su origen y procedencia.
- Soy -me respondió-, de un lugar de la Riviera italiana, de la región liguriana,... Yo era una niña de nueve o diez años cuando mi hermana mayor y su marido se vinieron al Perú para conocer la situación de primera mano y ver si había posibilidades de que emigrara toda la familia. A ellos les gustó El Callao, La Punta, Chucuito, donde existía ya una buena colonia de Italia, y nos escribieron expresándonos su entusiasmo por estas tierras, estos mares y estos cielos, que para nosotros fueron de promisión. Recuerdo todavía cuando mi familia empacó cuanto teníamos y era transportable, y nos embarcamos en el puerto de Génova - Zena, como se dice en dialecto genovés-... ¡Cómo lloraba yo al despedirme de mi barrio, de mi casa, de mis vecinos, de mis amiguitos sospechando que nunca más volvería a verlos! La navegación fue larga,... en aquella época todavía no se había construído el Canal de Panamá y había que bordear el sur del Continente,...¡Qué tormentas, Señor, qué tormentas! Por fin llegamos y vimos nuestro nuevo hogar,... Aquí murieron mis padres y mis hermanos, y yo, que soy la última, la menor, vivo todavía, pero ¡sábelo Dios por cuánto más!
Ella hablaba apoyada en el alféizar de su ventana, una de esas ventanas de vano ancho, de oquedad doble, de clásico corte y arquitectura chalacos, ¿qué sería El Callao sin sus ventanas seculares? Yo estaba sujeto a la reja de la parte exterior, de rancia fragua y forja. La escuchaba con sentimientos entrecruzados en amplia curvatura donde primaban melancólicas alegrías y ternuras dolorosas. Me imaginé los ajetreos de la mudanza, la despedida, la marcha, la separación perpetua, el adiós para siempre.
Poco después, ya de regreso en la región hiperbórea, recibí la noticia de su muerte... ¿Qué habrá sido de sus perros y sus gatos, de sus orfeones de cuatro patas? ¿Cuáles habrán sido sus últimos recuerdos y evocaciones de este mundo, de su Riviera liguriana y Mar Mediterráneo, de su casa y de aquellos amiguitos llorosos que en los primeros años del siglo la despidieron en el Puerto de Génova?
Afuera escucho la melodía de los pájaros de esta joven primavera, mientras se descubre el verdor nuevo de las hojas en las ramas de los árboles nódicos, de los bosques circundantes, de la fragancia de su fronda, del aroma de sus helechos, del húmedo bálsamo de sus musgos que me traen efluvios de esplendores equinocciales, y pienso en la maestra, de porte elegante y hermosa madurez, de hombros erguidos, tez blanca, ojos glaucos y cabellos de oro. La veo caminando ingrávida, evanescente, vaporosa, etérea, como deslizándose por levitación por la desigual vereda, bajo mi balcón natal.
Ricardo E. Mateo Durand
Primavera Boreal de 2010
Tartu
Estonia
 

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