viernes, marzo 9

Narraciones Porteñas : Cantolao

CANTOLAO


Si llego y cuento los pasos sé que son exactamente siete al frente y dos a la derecha, y ahí, tal como ayer y antes de ayer y todos los días de todos los veranos que yo pueda recordar e imaginar, estarás recostado en una posición que debo admitir es cómoda para tus huesos pero no para los míos. Como fondo tendrás los cuatro fantasmas de hierro quejumbroso de lo que fue glorieta de casa de ricos.
¿Por qué insistes en retornar a este lugar? Alguna vez pensé que fuera una venganza o tal vez una comunión. De la glorieta queda tan poco y de la casa tan sólo el polvo salitroso de sus paredes. Pero las rejas de madera pintadas de verde están ahí, y ahora las vemos tú y yo, y aún tienen huellas de nuestras manos tantas veces apoyadas para ayudarnos a atisbar lo que ahora es un pampón sin nombre.

Ahora te reacomodas y las piedras cantan contigo, se corren, aquella grande se aleja, las pequeñas caen en la depresión que genera tu cuerpo al moverse, amoldándose a tu forma, acariciando tu contorno. Y tú las aceptas por que las reconoces y con tu mano las acaricias sintiendo su calor, viviendo su textura; eliges una que juega entre tus manos hasta que la arrojas al mar, siempre hacia el mar, no sea que rebote y golpee a algún inocente.
Y otra vez se produce el silencio de las olas que es el silencio para nosotros que somos sus cómplices y que compartimos diariamente su vaivén. Porque diariamente repetimos este rito, aunque para mí lo cotidiano se confunde y en esa confusión prefiero que me tomes de la mano y pueda sentir que la seguridad me viene a través de ese contacto y no de unos pies que apenas pueden sostener mi pequeño cuerpo, pero también sé que súbitamente puedo perder ese contacto, y entonces podré observar cómo eres tú el que trastabilla y que a pesar de tus ochenta o noventa o los que sea de años con que la sal de este mar te ha cubierto aun llegas al mismo lugar: siete pasos al frente y dos a la derecha.
Pero hoy, cuando tu cuerpo ya sea solamente sal y de tus manos queden solamente las escamas de los miles de peces que limpiaste en tu vida, yo debo continuar con el rito; pero no te preocupes que nuestro secreto está a salvo, nadie dará con él: el mar, nuestro cómplice de toda la vida, se llevó las piedras y las piedras que estaban debajo de las piedras y los cuatro fantasmas fueron a descansar de su purgatorio al fondo del mar. No queda huella ni rastro, sólo tú y yo sabemos que son siete al frente y dos a la derecha”.
Alejandro Estrada Mesinas. 
Mención honrosa en el concurso de Caretas Cuento de las mil palabras 1984

Foto: Archivo Humberto Currarino-Callao


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