martes, abril 16

REMEMBRANZAS JUVENILES - Narraciones Porteñas


REMEMBRANZAS JUVENILES

Corría el Primero de Mayo de 1952. Eva Perón daba su último discurso en Buenos Aires. En el paralelo 38, la guerra de las dos Corea y el temor a una guerra atómica preocupaba al mundo; y todo esto en medio de una pseudo bonanza post Segunda Guerra Mundial. En el Puerto del Callao, localizado en Sud América, siendo sus coordenadas geográficas los 10º 15’ grados de latitud Sur y los 75º 38' grados de longitud oeste del meridiano de Greenwich. En aquellos días se desconocía su ubicación. Ahora igual. Algunos más leídos y entendidos de aquella época veían a la Cordillera de los Andes, en nuestro país, como un lugar seguro ante un masivo ataque nuclear. En aquella coyuntura de crecimiento económico post Segunda Guerra Mundial, nacía este servidor de Facebook, un martes a las 10 de la mañana cuando di mi grito de llegada a estas tierras después de un poderoso y suculento caldo de gallina dado por la partera a mi amada madre, según los ritos de la época, y además la infaltable palmada en mi trasero que me acompañó por muchos años; esto por mis travesuras y, más aun, tener que cargar con la casi muerte de mi tío Gabriel Pérez por la tranca que se zampo. El pobre no tomaba debido a su asma.


Puerto del Callao

Este magno acontecimiento de mi nacimiento sucedió en la calle 5 en el barrio de Chacaritas junto a la cantina de “Donato”.

Poco tiempo estuve en este lugar ya que en las semanas siguientes mis padres se mudaron a Santa Marina Norte, mi hogar por más de 30 años en el Block E-301, arriba de la oficina de la administración (esa era nuestra referencia). Siendo el mayor de tres hermanos: Ana, mi hermana a quien cariñosamente nombramos: ”La Titi”; y mi hermano Jorge “Mamey“, uno de los más grandes jugadores de futbol que he visto. Santa Marina es una urbanización creada por Manuel Odría, el dictador de turno, aquel que popularizó la frase: “Hechos y no Palabras”. Mi barrio se podría considerar como una de las pocas áreas verdes en el Puerto del Callao y en su época tenía los edificios más altos de la ciudad, estos en relación a los Blocks A y B llamados: Edificios Fanning.


Edificios de Santa Marina

El panorama “tiempo, espacio, historia” de aquella época es ahora leyenda: Los niños salíamos, corríamos y entrábamos a todas las casas que se podía en Santa Marina Norte, siendo bien recibidos por los padres de aquellos muchachos que serían mis amigos hasta el día de hoy. Recuerdo que en aquellos tiempos los lecheros dejaban las botellas en las puertas de las casas y nadie se atrevía a llevárselas porque había más respeto por lo ajeno. Volviendo a mis amigos, ¿Cómo los conocí? Me imagino que sería por una pelota o buscando chanchitos debajo de las losetas de los jardines. También estaban aquellos que, con nuestros padres, eran amigos desde la niñez como es el caso de Javier Castro, cuya familia emigraron de la ciudad de Arica (ex Perú) y se instalaron en el Callao durante los “Días de la Repatriación”. La lista sería interminable, pero mencionaré a algunos: Juan "Landuchi" Macias, (primer bombero en apagar un incendio con un bate de béisbol); Raúl "La Boa" Pezo; Carlucho Bernal; Mario "Pedrito Rico" Barraza; el Chato Eddy Torres; el Chino César Ángeles; Eugenio Vargas; Johnny Arce, "La Muñeca"; Julio Arbe; el más famoso de todos: Christian "El Papacito" García, con un jale increíble para las chicas. Yo sobresalía por mis arranques de inquieto, en este país se les dice "hiper" posiblemente haya sido por la separación de mis padres y en la actitud de llamar la atención actuaba así. Los jardines de Santa Marina se convirtieron en nuestros centros de coloquios, historia principalmente. Esto por los chistes (revistas) que comprábamos en la Librería de Jorgito. Soñábamos con tantas cosas entre ellas caballos que volaban (tema muy discutido). Jugábamos Béisbol, Fútbol, rompiendo cuanta ventana había a nuestro alrededor. Esperábamos la camioneta del papá del “pelón” Boris, una Ford F-150 del año 1952, para que nos dé una vuelta por el barrio.


Equipo de Beisbol
 
Como no teníamos televisión pagábamos 20 centavos a la familia Bascowich junto a la escuelita de los Santibáñez, sin dejar de lado las famosas escapadas a “La Poza de los Calatos”; nuestra piscina; esto por la zona Centenario. Parte de este folklore era el pregonero quien venía desde la parte este recorriendo los Blocks anunciando la venta de unas galletas pregonando: “Revolución caliente, música para rechinar los dientes, azúcar clavo y canela, música para la muela“; llevaba una lámpara; no como la de Diógenes “El Cínico”, aquel filósofo griego que buscaba un amigo a las 12 del día con su lámpara encendida por las calles de Atenas y que por esto los atenienses lo creían “pajarón”.

En Verano nos íbamos a la Playa Cantolao en la cual me lucía nadando; pensando que alguna chica me tirara una miradita; pero “naca la pirinaca”. Estas lecciones de natación fueron gratis por Don Julio Arbe Rochabrum y mi tío Félix (Chepe) Muñoz, el cual me agarraba de mis pies y me lanzaba mar adentro a mis 5 años, en la Mar Brava. En Cantolao nadábamos hasta los buques, para esto usábamos cámaras de llantas o pedazos de maderas del rió Chillón y poder correr olas en los meses de febrero (mi dulce y amada madre me esperaba como siempre con un palo, -“muchacho de mierda, sal del agua”- me decía). Tan solo, había una tabla y teníamos que hacer cola para usarla (48 tremendos nadadores). Tirábamos pata desde Santa Marina con ella, porque no podíamos llevarla en el bus o algunas veces César Castro (Cachito), la llevaba en su bicicleta. La última vez que vieron la tabla fue cuando se fueron al sur, hasta el Km 176 de la Panamericana Sur en el "Simca", carro francés del "chino" Campuzano, la pusieron arriba junto con el tronco. Lo único que recuerda el Chino es que adelante había un poste y todos dentro del auto le decían al unísono: -para, para &#@#^^^**- pero así son las cosas, adiós tabla, tronco y carro.

Bañistas en Cantolao

Montábamos caballos que eran traídos desde la hacienda San Agustín previo pago de arroz, azúcar y aceite, al dueño de estos animales, simplemente para que Patty Canelo nos viera desde su ventana. Hacíamos pelear a los perros de los pobres vecinos con los nuestros, los cuales eran callejeros y chuscos, y por último me deleitaba con los sonetos de Flor Canelo, soñando que algún día la acompañaría con el Cello. Luego, ya cansado de mis mataperradas, tener que subir despacio a la casa… por qué? Pobre de mí si me veía la señora Carmela Sarmiento con sus hijas Carmelita y Corina, me hacían traer mis cuadernos y me sentaba con ellas a estudiar en la mesa del comedor; eso sí, la señora Carmela me servía mi café con leche y galletas con mermelada, costumbre que tengo hasta el día de hoy, cuando voy a estudiar o leer algo. Ellas se mudaron a San José pero, nuestra amistad de hermanos perdurara hasta el fin de mis días.

Cada vez que voy al Callao y me encuentro con algún vecino en la panadería del Obelisco comprando tamales y “El Comercio”, me recuerdan como aquel muchacho travieso que les dio más de un dolor de cabeza, pero me consuela que acepten mis disculpas recibiendo de ellos una dulce sonrisa. Mis años de estudiante fueron en el colegio Don Bosco, empezando dentro de mí una ligera, pero muy ligera, vocación de Cura. Fue también aquella parte de mi juventud cuando mis mejores amigos ingresaron al Colegio Militar Leoncio Prado y tan solo los veía en los fines de semana. Julio Arbe Duffi, fue uno de aquellos de esos amigos que yo esperaba, a Julio no lo veo desde hace muchos años me imagino que hoy debe de ser un general de la Fuerza Aérea.

Los muchachos del barrio de Santa Marina

Un sábado cualquiera me dijo: -“Gringo” (es mi apelativo no por factores raciales sino porque andaba con mis pistolas de fulminante, gorro a lo Hoppalong Cassidy y un chaleco que para qué les cuento). Los fulminantes eran comprados en la Librería de Jorgito) hay un tono en el Club de Tiro Bellavista, es de una chica del colegio San Antonio de Mujeres. Le dije: -Pues vamos, pero no tengo saco (traje) con que ir- así que me prestó uno de color mostaza muy elegante. A la falta de dinero para el colectivo tuvimos que caminar para calentar un poco el cuerpo. Ya en el Club de Tiro, y ante tanta gente, dos chicas se sonrieron con nosotros, sonrisas que hasta hoy recuerdo con mucho cariño, como era un poco tímido espere que mi amigo diera el primer paso y de esa forma tuve el gusto de conocer a Mary LLoyd y a otra chica cuyo nombre no recuerdo. Con Mary, hasta hoy mantenemos una sana y muy grata amistad especialmente cuando voy a Lima a cobrarle mis Letters of Credits, y a invitarle un ceviche. Sobre la invitación pendiente tendré que pedirle disculpas y darle una explicación  personalmente. Ya un poco más canchero salía con otros amigos a buscar fiestas, a la falta de dinero teníamos que lavar el carro a don Julio "Mandrake" Arbe para conseguir alguito. En las fiestas del Regatas de la Punta no nos hacíamos problemas porque siempre entrábamos por debajo del espigón. Recuerdo con mucho cariño la fiesta de una de las chicas Granados en el Regatas, ellos eran una familia que vivían en la calle Supe y por los cuales siento mucho cariño ya que la señora me ofreció trabajo en su empresa, manifestándome que yo era un muchacho muy serio y responsable. ¡Qué honor! La fiesta fue en el Regatas de la Punta creo que fue amenizada por los “Caramelos de Menta” y en donde el amiguito Carlucho "Piero" Bernal fue el Cupón o acompañante. Creo, si no me equivoco, en esta fiesta, a uno de los muchachos del barrio le arrojaron algo en la cara, recordándome el mismo acto del lanzamiento de la manzana de la discordia en las bodas de Peleo y Tetis dando origen según la leyenda a la Guerra de Troya, ese “algo” que se lanzó, simplemente casi originó una pequeña bronca entre los muchachos de Santa Marina y otro barrio. Yo, como buen discípulo del Dr. Smith aquel personaje de “Perdidos en el Espacio”, no quise saber nada de la bronca. Volviendo a mi amado amigo “Carlucho”, que lo único que tenía de tonto era su cara y su peinado: tremendo mechador (trompeador), fue uno de los primeros muchachos que emigró a los Estados Unidos en la década de los 70 planteando el axioma que: "El último que salga apague las luces de Santa Marina", actualmente, y según los chismes, tiene una casa y un área verde tan grande como Santa Marina. Dios lo ha bendecido porque es un empresario de primera, ayuda a todo el que puede; extraordinario esposo y padre, tiene tres hijos. Me dice orgulloso: -Me salieron chancones los tres y fíjate, no tiran copia como yo lo hacía en el Júnior Cesar de los Ríos y en la Universidad-. Recuerdo eso cuando íbamos y les lanzábamos desde la ventana los papelitos con las respuestas; eso sí, nos invitaban 1/4 de pollo a la brasa. Algún día escribiré sobre él y sus ocurrencias, y de cómo empezó nuestra amistad muy de niños, en un verano cuando fuimos a la tienda de don Guillermo en el Block A a comprar un helado de lúcuma, al abrir la heladera nos cayó un pequeño corrientazo, ya que don Guillermo había instalado cables con poco voltaje para aquellos que querían sacar helado sin pagar. Pícaro como Quevedito, no confundir a don Francisco de Quevedo y Villegas, comparable con Platón; no por lo de Filósofo sino porque nunca le vi un enemigo. Amante de comer “machica” vendida por una paisana; muy dulce ella, quien traía su producto en una cesta cubierta por una tela blanca y limpia, se sentaba en el Block C, debajo de la casa de César San Martín, el que le dijo a Fujimori : Acá mando yo!!. El infaltable ómnibus de la Biblioteca Pública, los días sábados, convirtiéndome en un asiduo lector de Homero, el Aedo; esto por evitar confusiones con mi gran amigo y futbolista Homero Smith. Anécdotas muchas sobre mi gran amigo Carlucho, dos bastarán, como muestra:

Íbamos al Estadio Nacional en los 70’s a ver jugar a la Selección Peruana de Futbol y cuando ésta iba perdiendo, subía donde estaba la Banda Republicana y les pedía que tocaran una marinera para que Perú ganara y… ¿Saben?: ¡Perú ganaba!

La mejor de las anécdotas fue cuando una cliente de Carlos le enseño una foto de sus familiares y tomada en 1890, ellos habían vivido por el Callao Antiguo (la zona de Constitución) él inmediatamente acepto el reto de ubicar la casa, nos pusimos de acuerdo un sábado. Recogimos a la señora en Las Casuarinas y la llevamos al Callao Antiguo y… ¿Saben? ubicamos la casa, no nos dejaron entrar pero ella derramo unas lágrimas de alegría, nos tomamos unas fotos y el paseo continuo con el Mini Cooper del año 1964. Carlos le dijo a la dama: -Vamos a terminar de conocer el Callao-. El paseo incluyó la calle Manco Cápac, allí donde estaba “El Che Ratón”, y más adelante la zona de los bares.

Donde "Marcelo”, entre las calles Nicolás de Piérola y Dos de Mayo, hicimos una parada para tomarnos un café y su jugo; más de un trabajador portuario y marítimo al vernos nos saludaron y se portaron bien sin decir ninguna palabra subida de tono, luego seguimos hacia el barrio del Frigorífico. Ya de regreso por la Avenida Argentina, Carlos hizo un viraje a la izquierda y entramos al Barrio Rojo del Callao; allí donde estaba “El Trocadero”, yo no sabía dónde poner la cara de vergüenza. Estacionamos el carro junto al vendedor de huevos duros, dos por cliente era el rito. Vaya tufo que tenían que sentir las meretrices en plena faena. Serían como la 6 de la tarde, hora que los parroquianos y las trabajadoras del sexo llegaban. La ilustre dama era risa y risa con las ocurrencias de Carlos. Muy agradecida se despidió de nosotros y nunca más supe de ella.

Marcos Bernal su hermano, para muchos el "Colorao Marcos", me dijo a la siguiente semana: -Amiguito, hemos salido en High Life en el canal 4, esto por la fiesta de la chica Granados.

En el quinceañero de Cuchita Salinas Corquera, que vivía en Santa Marina, sus padres fueron bien exigentes con las invitaciones, me sentí muy complacido de participar; con respecto de Cuchita, debo decir que me une a ella cierto vínculo familiar muy pero muy lejano, según los chismes de mi mamá y de mi tía Berta Tessón. Siempre me quedé muy impresionado por la hermosura de su madre quien era aplaudida por nosotros cuando pasaba por nuestro corner. María del Carmen Valverde también nos invitó a sus 15 en La Punta, gran amiga ella con quien, después de tantos años, volví a reencontrarme y esta vez para siempre. En la fiesta de Liliana Santillana, a los patas se nos cayeron las babas al contemplar a Elizabeth del Pino, comentando esto durante las siguientes semanas.

Era costumbre entre nosotros, salir de Santa Marina marchando para ir a todas las Fiestas pero el postre de todo esto era el esperado "tono del año" en el block P-105 la casa de Sonia Odría, si es que no me equivoco en el mes de Noviembre. Sabía que NO ME IBA A DEJAR ENTRAR. ¿Cómo empezó esta bronca? Haciendo memoria recuerdo un sábado que ella muy finamente conversaba con Johnny Arce (en aquellos días cadete de la Escuela Naval donde estudiaba) la pobre recibió el susto de su vida al ver que me lanzé desde segundo piso del block B emulando a Tyrone Power o Erroll Flynn en alguna de sus películas. Esto vastó para iniciar un ciclo de miraditas tipo María Félix y otras anécdotas que no vienen al caso. Desde la ventana veíamos a las amigas de Sonia bailando con los chicos del Marista  (Cristian y yo ya le habíamos tirado lenteja a dos, nos habíamos hecho la promesa que de ese año no pasaban), allí estaban Isabel “Chabuca” Ramos, Male, Toña Monteghirfo, Patty Canelo, Valentina Ferreti, Dora Amador, Charo Babiche, Lucy Gavino con sus ocurrencias  (famosa por el tranca …, ella lo sabe bien), y además Brenda Tavolara; siempre nos recibía con una sonrisa cuando íbamos a su casa en La Punta, Lizzie Eléspuru, de mucho porte y elegancia, enamorada de un gran amigo, cada vez que lo veía en la avenida Sáenz Peña me hacia acotación al amor de su juventud, y también Florinda Cava. En estos últimos tiempos, y gracias a la vía satélite, vemos todos los días programas peruanos por Canal Sur, brindándonos simplemente noticias del Perú, como aquella que vi del Dr. Cava el padre de Florinda llevando una foto de su hijo fallecido por la demencia de Sendero, al que le decíamos "cuñao" por tener una hermana a quien considere una de las chicas más bonitas de Santa Marina Norte, otros personajes eran los hermanos Tejero con unos padres de férrea disciplina Prusiana.

Lo único que nos quedaba decir era que las dos chicas nos están mirando de reojo, y lo que recibíamos era que se nos cerrara las persianas para hacer más íntimo el tono. Los años pasaron y, Mirtha y Sonia nos dejaron entrar con la plena condición de portarnos bien y bailando a gusto con el grupo “Los Comandos” con su famosa :”Midnight Confession”, afuera quedaban El Michu, el Ojón, Tupac, El Irinse, Cara de Tombo, Ay mi dedo!, El invasor, El Toro, Gringo Llora, Come Tierra, El Loco Bicicleta, El Negro Canalla, Marengo, nuestros perros y los Europeos, estos últimos llamados así por su tipo afrancesado no tanto por su físico sino porque eran un poco rebeldes con el agua y luego por las discusiones políticas muy solicitadas que teníamos todos los viernes y sábados en el "tronco", este era un pedazo de árbol ubicado entre los Blocks “Y” y “Z”. Ellos eran partidarios del Existencialismo de Jean Paul Sartré, Albert Camus, Hobbes, Fewerbach, Frededrick Nietzsche, José Carlos Mariátegui. En nuestras discusiones destacaba siempre el zambo Meneses conocido como “Oswaldo Quetone“, por su parecido físico con Oswaldo Cattone. Al primer descuido les sacábamos algo de comer porque esa era nuestra lealtad: compartir como los mosqueteros, mi gran amigo Lucho "Muela" Arce (fallecido), de quien recuerdo cuando nos fuimos al sur a ver Ovnis; ya que se decía que en las pampas cerca de Chilca se habían avistado. Llegamos al lugar del avistamiento, hicimos un círculo más de 200 personas quienes nos tuvimos que tirar en la tierra, boca arriba con el sol dándonos en el rostro, y más en donde las lagartijas pasaban comiendo raspadilla. Lucho me miro y me dijo: -Muñoz ya no puedo más!!!- y soltó una flatulencia que fue escuchada por las 200 personas que estábamos allí. Adiós  avistamiento.

Termine mis estudios de Economía y me quedé con unos pocos cursos para Historia y Arqueología, vocación que me sigue desde niño. Rosa Coca y Betty Green conocen de mi espíritu de Indiana Jones, espero que no me hayan requintado cuando las llevé a huaquear a la cuenca del río Chillón, cerca a Yangas en el camino a Canta. Con Mary Lloyd nos encontramos en Marcahuasi, cuando los patas de Santa Marina Norte salimos a este lugar como las Legiones Romanas sin que nadie supiera nada; esto fue después de ir al cine Metro y ver, en las funciones de noche y medianoche, “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”; estoy seguro que fue una de las expediciones más impactantes que han llegado a ese lugar, en una noche llegamos a juntar a más de 300 personas alrededor de nuestra carpa escuchando la gran exposición de nuestro amigo Mingo "Zandox" Zavala, tanto fue así que escribí un ensayo para un concurso literario en esta ciudad de Miami. Un hermoso contrato de trabajo a mi esposa, como maestra en una Iglesia Bautista, hizo que viajáramos a los Estados Unidos. Siempre fui partidario que los inmigrantes mueren; pero: ”Como en la casa mando yo, pero se hace lo que dice ella, tuve que viajar”; es allí donde entran a tallar de una manera increíble Juan y Rosa, llamándonos casi todos los días apoyándonos de mil maneras, diciéndome Juan: -Te voy a enviar dinero_. ¡Qué vergüenza sentía dentro de mí sin valorar la buena intención de uno de mis mejores amigos! Han pasado muchos años, la situación económica ha mejorado pero siempre recordamos este hermoso gesto y testimonio de amor y desprendimiento. Nuestro primer trabajo en la Iglesia fue con matrimonios jóvenes en lo aquí se llama Sunday School Teachers, en la actualidad trabajamos con jóvenes adolescentes en la primera Iglesia Bautista de Coral Park, una de las grandes de Miami con más de 2,500 miembros; también trabajo en un Banco Inglés  “The Barclays Bank”, en el Departamento Internacional, dominando bastante bien el inglés Británico, como si tuviera una papa en la boca. Los nombres que ahora escucho son Mr. Foley, Ms. Riggio and Mr. Sánchez, pero dentro de mí siempre está el recuerdo tan hermoso de mi juventud, cuando fui parte de ese mundo que me tocó vivir con un gobierno militar que destruyó tantas ilusiones a los jóvenes de nuestra generación, pero con la nostalgia de que algún día volveré a mi Pachamama, comentándole a mi esposa con mucha dulzura, que cuando me jubile si es que antes no viene Nuestro Señor Jesucristo, volveré al Perú, a algún pueblo de nuestra hermosa serranía a pasar mis últimos años y conversar con los Auquis y que esta no sea una zona no tan alta y apropiada para cultivar uvas. Desde ahora estoy guardando las mejores semillas de las que compro en Publix.

Hoy, después de muchos años, con un pre-infarto encima y gracias a estos inventos como las computadoras muy distintas a las cartas que teníamos que enviar con la persona que nos estaba haciendo el "bajo", he evocado estos hermosos momentos vividos, los cuales son muchísimos pero he querido tocar estos de mi barrio donde ustedes fueron parte de ellos. Aquel barrio que nos vio crecer y donde mis amigos no quisieron ser parte del ciclo común de la vida: nacer, crecer y morir, sino siempre tuvieron el deseo de salir adelante siendo esto un gran ejemplo para mí. Aquel barrio del Obelisco donde estará nuestro eterno amigo el emolientero, compañero de tantas noches, el que con su delicioso emoliente nos mataba el frío de Julio y Agosto luego de llegar de nuestras clases en la Universidad, escuchaba atentamente nuestros coloquios y nuestras penas, pero siempre recibiendo una sabía respuesta. Aquel barrio que muchos de ustedes viven o van a visitar a algún familiar y donde me veo, a miles de millas, corriendo por sus jardines y contemplando las ventana de la casa de Sonia, esta vez con las persianas bien abiertas.





Obelisco del Callao en Santa Marina


De mis amigos, en la actualidad con Javier Castro hasta ahora seguimos en comunicación; estuvo muchos años en Venezuela, regresó al Perú y está cumpliendo su sueño: Poner un hotel para montañistas en Apurímac; Raúl Pezo, Contador; el Dr. César "Chino" Ángeles, médico pediatra y tremendo altruista; Juancito Macías, en California; Carlos “Carlucho” Bernal, también en California (Sacramento) con sus 48 operarios a quienes cariñosamente llama: “Sus Ilegales”, desde hace 20 años, eso sí, les paga muy bien y por eso no se les van; Johny Arce, Capitán de Navío de la Marina de Guerra del Perú; Julio Arbe, Coronel de la Fuerza Aérea Peruana; Eugenio Vargas, Médico; Eddy Torres, trabaja en el Seguro Social; Mario Barraza '”Pedrito Rico" fallecido; Christian García, fallecido en Venezuela.
Han visto al resto de chicos y chicas de esa generación?
Alberto "El Gringo" Muñoz Tessón.
South Miami-Florida / Santa Marina Norte
 
Fuente:
Archivo de imágenes Callao-Currarino


 

 

miércoles, abril 10

RATAS Y RATEROS - Narraciones Porteñas


RATAS  Y RATEROS
 

Nuestra profesora de inglés frunció el entrecejo y puso la cara seria a la vez que hizo un alto en su lección para explicarnos un giro idiomático contándonos un suceso que le había ocurrido hacía treinta años, poco después que en 1930 llegara al Perú.


- Por entonces – nos dijo –, vivía yo en Barranco y para venirme al trabajo e irme a mi casa solía tomar el tranvía Lima-Chorrillos. Había ya concluído mis labores del día e íbame a mi casa. El vehículo si bien no se hallaba vacío tampoco estaba lleno; por aquella época gozábamos de cierta holgura para viajar. Todo iba bien hasta entonces cuando en cierta oportunidad observé que un hombre metía la mano en la cartera de una señora. Ésta no se percataba de lo que le estaban haciendo. Me di, pues, cuenta que se trataba de un robo y quise llamar la atención sobre el hecho.
Tranvía a su paso por Chorrillos
Era imposible acordarme de la palabra pericote o ratero ... Sabía que ratero o pericote eran sinónimos de ladrón, de carterista, de asaltante, pero no me acordaba cómo era ... Sí que tenía que ver con roedores, con esos animalitos pequeños, más o menos peludos, de bigotitos, con potentes incisivos en cada mandíbula; colmillos largos, fuertes y encorvados ... ¿nutrias? ... ¿castores? ... ¿ardillas? ... ¿ratas? ... Sí: ratas ... ¡ratas! ... ¡Una rata ... una rata!, me puse a gritar mientras señalaba en dirección al individuo. La gente reaccionó agachándose y mirando al suelo. Algunas damas se pusieron nerviosas, gritaron y se subieron los vestidos, que eran largos y no como los de ahora, cortos, hasta la ante pierna, un poco más abajo de la rodilla. Se armó un laberinto en el tranvía, que aprovechó el ladrón para bajar y fugarse.
Después de ésa, aprendí de memoria, sin fallas, las palabras pericote y ratero, que no se me han borrado ya nunca más porque nunca más me volví a equivocar.
Todos nos reímos de muy buena gana. Ella recobró su ceño de maestra en clase y continuó la dictándola con su seriedad británica, pero sabíamos que en su interior también festejaba la aventura.
A mí su nombre se me borró hace mucho. No puedo vanagloriarme de tener buena memoria para los nombres, no así para otros datos consustanciales con las personas, como son su modo de hablar, el timbre de su voz, sus gestos y ademanes, inclusive su vestuario, sin que ello signifique que lo haga para establecer si son o no caros, de marca, que son datos y cuestiones que no me interesan.
Mi maestra usaba vestidos sastre de un solo color, por lo general gris y opaco, telas de finas rayas que iban de arriba abajo, las mismas que hacían juego con su espigada figura, su estirada figura de carnes secas, achalonadas, dándole imagen estilizada y elegante de una estaca viviente. Para ella las carcajadas no pasaban de risas restringidas, y las risas, de sonrisas y mohines.
Anterior a mi inolvidable maestra no había visto nunca a una mujer con el pelo teñido de azul. Pasaron muchos años antes que volviera a ver a otra fémina con peluca azulada o avioletada.
El Instituto Peruano Británico, al menos su sede central, por entonces quedaba en la Calle Moquegua, a un paso de la parte lateral trasera del Hotel Bolívar. Era una casona con artesonado macizo, compacto, sólido, de sobrios tallados. Había resistido muchos terremotos con mínimos efectos en su estructura y en su apariencia y disposición externas e internas. Las escaleras, como también sus poderosos pasamanos, eran de madera, firmes y resistentes, por las que se podía subir y bajar sin que rechinaran, sin que crujieran ni se quejaran. A medio camino de ellas había rellano a partir del cual cambiaban de dirección virando hacia la izquierda, de tal manera que desde varios niveles y ángulos podíase observar la sala de estar, núcleo del inmueble, centro y meollo de la vida social que allí existía, con sus personajes de carne y hueso, siendo el té de las cinco de la tarde escenario arrancado de un cuento dickensiano. El té de las cinco de la tarde era ritual sagrado que verificábase con independencia a cualquier cataclismo o hecatombe nacionales o mundiales. Mi maestra, como inglesa cien por cien que era, tomaba el tradicional té de las cinco de la tarde. Eran frecuente compañía damas y caballeros insulares, archipielagueños, británicos, de quienes ahora también evoco a uno en especial, que sin duda había nacido con la pipa en la boca, porque sólo se la sacaba unos segundos para volvérsela a colocar entre los labios mordiéndola por la boquilla con reciedumbre, cachimba cuyo uso habíale puestos los dientes más marrones, más oscuros y más opacos que el color de los mismos artesonados del techo.
Salgamos ahora del edifico central del Instituto Peruano Británico y vayamos hasta la Plaza San Martín, hasta La Colmena, hasta el costado del Hotel Bolívar, para tomar el tranvía que nos lleve al Callao. Allí llegaban, hacían cambio de rieles, esperaban a que el público subiese, y reemprendían su marcha hacia El Callao. Había dos tipos de tranvías: el chato y el cacerola, o sea, los que tenían los extremos angulados, y los que tenían los extremos redondeados, respectivamente.
 
Tranvía transitando por Calles Limeñas
Los tranvías llegaban y salían con frecuencia. El del Callao bajaba hasta la Plaza Dos de Mayo y tomaba La Colonial, que, por ser ya vía recta y despejada de tránsito, era cuando tomaba viada y empezaba el verdadero traqueteo y bamboleo:
- RRRRRRRRRRR rrrrrrrrrrrrrrrr... Trac trac trac trac... RRRRRRRRRRRRRR rrrrrrrrrrrrrrr ... Trac trac trac trac ...
Tranvía en la Plaza Bolognesi, hacia la Av. Colonial
Los sujetadores libres que pendían del techo se columpiaban de un lado a otro, rítimica, sincrónica, acompasadamente ...
Debido a la inexistencia de edificios altos que obstruyesen ni estorbaran la libre visión hacia el mar, era desde este sitio desde donde en lontananza se divisaba El Callao, el Puerto, Chucuito y La Punta. A la distancia de seis decenios o más, e independientemente del tiempo que aún transcurra, mientras viva nunca me abandonó ni abandonará la feliz emoción que reiterativamente sentía entonces, que era la del retorno al Callao, la de avizorar mi Mar Océano, mi Ciudad, mi Malecón, mi Puerto, con Chucuito, La Punta, la Isla San Lorenzo y todo lo que le pertenece al Callao por designio de la Naturaleza, del Destino y del Espíritu chalacos.



Tranvía pasando por el Cementerio Baquíjano del Callao


Superada la Urbanización de Mirones, que dejábamos atrás, venía la Unidad Vecinal Nr. 3 y la Fábrica de Confecciones Militares que estaba al frente, la misma que se construyó a principios de los años cincuenta-, y la Iglesia de la Legua, donde también estaban los depósitos de los mismos tranvías, haciendo con ello la mitad del recorrido. Seguía la vía hasta el Cementerio de Baquíjano y Carrillo y llegaba a la Avenida Guardia Chalaca, que era lugar ya de concentración urbana, puesto que hasta este sitio, aparte de las escasísimas urbanizaciones y edificios mencionados, el resto del territorio era de chacras, granjas, huertas, sembríos, canchones, corrales, cuadras y potreros. Paralela a la línea férrea discurría la carretera Lima-Callao: camino real entre la Capital y su Puerto marítimo natural. Contiguo a este caminio real, al lado del sur, o sea a nuestra derecha yéndonos a Lima, por kilómetros alzábase tapia de adobe, de entre metro y medio y dos metros de altura, por medio metro de espesor, cuya superficie lucía pinturas multicolores de diversa propaganda, en las que primaban casi puros los primarios: azules, rojos y amarillos, y sus complementarios, verdes, violetas y naranjas. Prosiguiendo nuestro recorrido, y ya en la ciudad del Callao, el tranvía dejaba atrás el Mercado Central de Abastos, o Plaza Grande, para despedirnos en el paradero del Cine Alhambra, al frente del Cine Porteño, de la Librería Minerva y de la Bodega Olcese, en la esquina de la Calle Lima y Miller. Nunca pude ingresar al Cine Alhambra puesto que por mi época de niñez había sido ya cerrado y no funcionaba ni funcionó más, pero a través de sus rejas observé muchas veces su patio en penumbras, con una fuente en el centro, que le daba aire misterioso, recóndito, enigmático. Mientras que el tranvía continuaba su recorrido hasta la Plaza Grau, Chucuito y La Punta, yo caminaba por la Calle Miller hasta Libertad, y de allí, hasta mi casa.
Esquina de la Calle Lima con Paz Soldán
Paso de la línea del Tranvía por la Plazuela Grau, hacia Chucuito-La Punta


Paso del Tranvía por la Calle Gamarra en Chucuito

Ingreso de la línea del tranvía a La Punta
Finiquitada la distancia que hay entre ese limeño punto geográfico: Instituto Peruano Británico, con su maestra con vestido sastre, pelo teñido de azul; recta, estirada y seca de carnes como estaca viviente, y el Barrio de Libertad, así como acabo de relatar, por aquel tiempo conocí también a un señor que tal vez fuera el último ratero que existió en El Callao.
¿El último ratero? ... ¡Imposible! ... ¿Y los de ahora, que abundan como piedras de Cantolao?, protestarán sorprendidos aquéllos que sinonimicen esta acepción equiparándola a ladrón, pericote, choro, chorizo, caco, pericomprero, bolsiqueador, faltriquerista, asaltante, atracador, delincuente, foraja, etc., ... Sí, señores: el último ratero es el que ahora les presento.
Era éste hombre maduro con cara un tanto de marsupial. Llevaba pantalones plomos, plomo de oficio: color rata, gastados, bolsudos por las rodillas y perneras, y cubríale hombros, espaldas y pecho un saco cuyo primer dueño sin duda fue el bíblico Matusalén, prenda que en sus buenos tiempo debió ser azul oscuro, pero que por las fechas que me refiero había tomado tonalidades y matices indefinidos, como los atardeceres de invierno costeño. Los bolsillos, que no eran de parche sí estaban parchados, reparchados, recosidos, rezurcidos y remendados, hacíale las veces de talegos o alforjas didelfianas, depósitos de trampas grandes y pequeñas con las que daba él guerra sin tregua ni cuartel a los roedores de la comunidad.
Sistemáticamente hacía sus razzias por los alrededores. En ocasiones se dejaba caer por la casa. Llegaba para reconocer los rincones y parajes más frecuentados por pericotitos, ratones y ratas domiciliarios, allí donde estos se congregaban para informarse acerca de las reservas de granos y almacenes alimentarios de toda la manzana. Nuestro ratero les seguía el rastro con la misma pericia que los beduinos del desierto las huellas de quienes los precedieron por los inexistentes caminos de arena.
- Sí ... aquí ha habido asamblea de ellos ... fíjese, señora – le decía a mi mamá indicándole con el curvado dedo índice un rincón de la habitación en que en ese momento estaban –, la cantidad de cagaditas que dejaron denuncian significativo cónclave... Contándolas saco en claro que el concilio duraría unos diez minutos. ... Aquí y aquí habría que poner estas tres trampitas con este queso oloroso que he traído – extrajo unos trozos de uno de los zurrones de su indumentaria –, y, más allá, un par de las grandes, para mucas, porque deben ser peludas y del tamaño de ratas vaporinas, ésas que proliferan en el Malecón y en el Muelle.
- Tenga cuidado, maestro, cuando manipule las trampas – díjole mi mamá cuando hubo visto los artefactos ratoneriles –, ¿no tiene miedo de que le caiga sobre los dedos?
- Ya no, señora Augusta ... Cierto que a los mejores cantantes se les escapan gallos, como que también a mí me sucedió que una vez casi me vuelo un dedo porque ...
- ¿Que casi se vuela un dedo?
- Sí, señora: ¡casi me vuelo un dedo! ... Hace años había unas trampas con una especie de cuchilla aquí, en esta parte que cae sobre el lomo de las ratas... Ahora, como usted ve, simplemente hay un alambre rígido, duro, ... Las trampas modernas les rompe el espinazo, pero antes se los cercenaba; las tajaba por mitad... No había rata que quedara de una sola pieza, y era cosa después de armarlas como rompecabezas. Así, preparando una trampita de aquéllas, se me soltó la horqueta ésta en forma de U, que me cayó sobre este dedo – mostró el índice de la mano izquierda –, ... No sentí dolor alguno, pero sí luego que lo ví colgando en hilitos ...
- ¿Y qué hizo usted, maestro...?
- Saqué el pañuelo y amarré el trozo de dedo que colgaba ... Antes hube de colocar ambas partes como yo creía que se correspondían ... Pasó el tiempo y se me soldó, creció la carne ... mire, mire aquí – mostró el dedo de la historia y lo movió – claro que no está como al principio, pero tampoco es para quejarme ... Menos mal que no fui donde el médico, porque de seguro me habría dejado mocho. Me hubiera hablado palabras raras, muy científicas, muy eruditas, que yo no hubiese entendido, pero igual: me habría desmochado. Al menos aquí lo tengo y todavía me sirve.
- ¿Que cómo es este trabajo, señora doña Augustita? ... Este trabajo, señora, es a destajo, por piezas entregadas: tantas ratas y tantos pericotes, tanto de honorarios... Hasta no hace mucho el municipio me pagaba veinte centavos por roedor, pero luego me aumentó, y ahora me da cincuenta centavos. Hay días en que ratas y pericotes se pasan la voz y no aparecen, pero otros, saco buen racimo de ellos ... ¡Si viera el ramillete que entrego a la Municipalidad!
- ¿Que cuántos quedamos? ... De los de mi profesión sólo quedo yo ... De los otros rateros El Callao sí está plagado ...: ¡Ésos, señora doña Augustita, están enchanchullados con las autoridades! ... Si no hubiese confabulación y enredo entre ellos tampoco habría tanto ladrón, ¿no cree usted?
La conversación duró todavía un poco más – en El Callao, como en todo sitio, siempre sucede algo y cualquier cosa que ocurra es susceptible de comentarios –, hasta que habiendo recolectado su cosecha, y dispuesto lo conveniente en los rincones, muy dentro de sus bolsillos, nuestro ratero guardó sus patíbulos portátiles, sus minúsculos cadalsos, despidiose y se fue por donde había entrado: por la puerta de calle.
Calle Libertad, Callao Centro Histórico
Ricardo E. Mateo Durand
Tartu - Estonia
El Callao - Perú
Viernes 04.05.2012
 
Fuente:
Archivo de Imágenes Callao-Currarino




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