sábado, febrero 25

Narraciones Porteñas - La Pipa de Augusto


Escoge, indicome mi Maestro Augusto en una ocasión que fui a visitarlo. ¡Escoge, Pupo!, me reiteró la exhortación señalándome con la mano derecha un grupo de pipas que ya ordenadas se alineaban sobre la mesa, las que limpiaba cuando llegué, concentrándolo, absorbiendo su atención. Las había largas y cortas, delgadas y espigadas, frágiles, así como también de complexión gruesa, recias, compactas, robustas, con la variedad que hallamos en los cuerpos humanos que discurren cada día y con los que nos cruzamos, casual, inadvertidamente por las calles.
La heterogeneidad cromática era como la de las formas, y las había oscuras y negras, pero, sobre todo en gama de marrones, abermejadas y castañas. En cuanto a su material constitutivo, no faltaban las de espuma de mar, las de maíz, cerezo o porcelana, pero opté por una de brezo mediterráneo quizás porque él, Augusto, la había comprado durante su estadía de estudios de bel canto en Italia, cuando siendo joven de 26 años el Gobierno del Perú le otorgó una beca que después quedó como la Sinfonía en Si menor de Franz Schubert: inconclusa, por interrupción de pagos.
¡Quiero ésta!, le dije resolutivamente, separándome una generosa, de hornillo rojizo opaco, poliédrica de siete lados, de cavidad pecaminosa, renegrida de tanto proporcionar placer,...¡Quiero ésta!
Sí, ésta es excelente para la lectura,... ¡que te acompañe siempre!
¡Así sea!, le respondí, agradeciéndole su desprendimiento.
Su abolengo era un tanto difuso. En el trozo del canuto limítrofe al brasero, muy cerca de la unión con la cánula, aparecían signos como si fueran de los de un palimpsesto. Era tarea para criptólogo descifrarlos. Pero yo no lo soy. Eso sí: como todo lo he relacionado con el mar y la mar (me autoconsidero paleólogo de lenguas oceánicas), digamos de ella que tenía una eslora de 21 centímetros sumada por su boquilla, arqueada cánula y cazoleta, siendo la manga del receptáculo su séptima parte, con las solemnes proporciones de las figuras humanas de El Greco. Permitía capítulos de media hora en navegaciones de pocos nudos.
Con mi pipa me iba a Cantolao y echado sobre las piedras humeaba como los barcos que se ven venir desde la lontananza o se pierden en ella. La cotejaba con el faro erigido en el extremo norte de la Isla San Lorenzo. Con mi pipa, ya egresado de las aulas sanjosecianas, me sentaba sobre el muro fresco, macizo, de la Plazuela Independencia, ésa del frente de mi colegio y de las murallas y foso del Real Felipe -solaz de lagartijas, roedores, alacranes y demás sabandijas retozantes, jubilosos-, a tiro de ballesta del Cañón del Pato, polo gravitatorio de himeneicos, téticos y póticos goces; sintiendo el rumor de las aguas de la verde fuente, bajo las sombras floripóndicas de trompetudas flores que añadían aroma a la de la picadura de hebras de mi sahumerio portátil.
Plazuela Independencia con vista hacia la Calle Cañón del Pato, (lado izquierdo) en los 1930
Pipa trotamundos la mía; me acompañó a las regiones aquilonianas del Planeta donde conocimos nuevos rostros. Su pañol y santabárbara despedían emanaciones grisáceas que cobraban luminosidad en palabras o en trazos pigmentados. Exhalaron ideas que hacian evocaciones del aíre transformándolas en imágenes visibles, fascinantes, atrayentes y seductoras. Un día se la obsequié a mi amigo Paul Saare, artista pintor, confiándole su prosapia mediterránea y su biografía europea y americana, chalaca, punteña: ¡La llevaré siempre!, me dijo, y así lo hizo.
Se abre una exposición de cachimbas, boquillas y de cuantos artilugios se inventaran los terrícolas para acecinarse, y asesinarse hollinándose y tiznándose gargantas y pulmones. La muestra es en el Museo del Pueblo Estonio, en Tartu. Cuán inagotable revélase el ingenio humano. Las hay hechas de raíces, troncos, ramas y leños también de árboles nórdicos, para filósofos solitarios. Pipas ciclópeas a modo de narguiles, para dos o varios fumadores arracimados, aglutinados, aglomerados, conglomerados, apelotonados para la promoción fraternal de los moradores de un caserío o aldehuela vironios. Y en una de las muchas vitrinas de todas las épocas y edades encuentro las de la colección de Paul, entre las que distingo la pipa de Augusto.
El tiempo transcurre y lo que fue ya no es, no obstante aquéllo de Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará, porque nada nuevo hay bajo el Sol. En un amanecer hiperbóreo, ululante, gruñidor y gélido de noviembre, de blanda nieve y duro hielo, transita Paul para conocerse con Augusto en el mundo ignoto e inexplorado que nos espera a todos, donde seguramente conversarían de pipas y de armonías. Al darle el pésame a la viuda me pide que cuando haya oportunidad me acerque a verla. Semanas después aparezco por su casa y me recibe.
Me enseña el taller y los cuadros que el difunto pintó en vida. Me muestra los enseres, útiles y bártulos del artista ausente, sus pertenencias de creador entre las que aparece la pipa de Augusto: Yo sé que ésta se la obsequiaste tú, y que primero fue propiedad de tu Maestro,... Te la devuelvo para que te recuerde a ambos,... ¡Que te acompañe siempre!
Así será,...¡Amén!, respondí.

Ricardo E. Mateo Durand
(El Callao - 1945)
Día Patronal del Colegio San José de los Hnos. Maristas del Callao
Viernes 19 de marzo de 2010
Tartu
Estonia

Fuente de Imágenes:
Archivo de Imágenes CURRARINO
Archivo de Imágenes Google.com


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