miércoles, mayo 23

Narraciones Porteñas : Expedición Chalaca a Marcahuasi


EXPEDICIÓN CHALACA A MARCAHUASI
Especiales de los Chalacos
Introducción
Alberto Muñoz es un chalaco que siempre ha tenido interés por la cultura siendo sus temas favoritos la arqueología y la historia. Estudió en el colegio Don Bosco y Economía en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Trabajó en el Terminal Marítimo. Conoció a Yoli, muchacha de mucha cultura y aficionada al folklore. Juntos en encuentros de amistades tocan, ella el charango, él la zampoña. Ambos residen ahora en Miami. Yoli es Administradora de Empresas y trabaja en Kislak Bank en Miami. Yoli también tiene un Ministerio en la Primera Iglesia Bautista de Coral Park, trabajando con jóvenes. Alberto trabaja para el departamento de Operaciones en Barclays Bank; un banco inglés internacional con oficinas en Miami.

Marcahuasi, cerca a San Pedro de Casta en la provincia de Huarochirí, departamento de Lima, es un lugar misterioso. Se encuentran ahí gigantescas piedras antropomorfas. Alberto y Yoli han tenido la oportunidad de visitar este maravilloso lugar. La narración que sigue trata sobre la primera visita que hiciera Alberto a la meseta. A continuación la aventura de una expedición a Marcahuasi, narrada por Alberto (Puna Runa) y Yoli (Kukulí).


LA EXPEDICION
(Autores: Puna Runa y Kukulí
Hoy me encontraba charlando con Fabián Carrera, gran amigo chileno, compañero de trabajo, diestro en el arte de las respuestas ágiles y de ingenio, en una de esas horas de almuerzo entretenidas, sobre todo cuando tocamos historia, costumbres y temas comunes entre un peruano y un chileno; cuando vimos en el televisor el anuncio de una película llamada Rapa-nui. Cuando le hice mención de que en el Perú tenemos algo parecido, el pensó que me refería a Tiahuanaco, en el Altiplano Boliviano-Peruano; pero le expliqué que siguiendo la cuenca del Río Rímac, hacia la Cordillera de los Andes, hay un lugar que se llama Marcahuasi, donde para muchos se encuentran los templos de piedra de una civilización antediluviana.

En ese momento retrocedí en el tiempo 20 años de mi vida, y empecé a recordar momentos hermosos vividos con los "patas" de Santa Marina Norte, en el Puerto del Callao, cuando un grupo de intrépidos muchachos, cuatro para ser exactos, decidimos ir a ese lugar, inspirados por la película "Encuentros Cercanos del Tercer Tipo", y por el chisme que allá un día se vieron OVNIS. Para ir, usamos un auto mini-Morris del año 64, cuyo dueño, el amiguito "Carlucho" Bernal, orgullosamente puso a nuestra disposición una mañana muy temprano cuando nos despedimos diciendo a nuestras madres: "nos vamos a Chosica y regresamos a la hora del almuerzo", sin sospechar lo duro que sería esa travesía, sobre todo cuando no se va preparado. El carrito de Carlucho corrió sobrado por los lugares planos, pero en las cuestas, sólo empujándolo llegó a los 3,600 msnm. ¡Todo un record!, cómo para inscribirlo en el libro de GUINNESS. Casi muertos de hambre y frío, emprendimos el regreso sin haber podido subir la meseta, y aceptando el axioma: "Gallinazo no canta en Puna".

Olvidando este percance y ya en el Callao, los cuatro retornamos a nuestras actividades habituales del trabajo, la Universidad, y esperando los fines de semana para coincidir todos los patas del barrio en "el tronco", restos de un árbol pintado con los colores patrios y resguardado con una cadena, para evitar que se usara como leña. El tronco soportaba las más acaloradas discusiones de existencialistas, filósofos, sociólogos y también arqueólogos, profesión innata que en el Perú siquiera uno en la familia lo lleva en la sangre, al igual que en Suiza, al menos uno es relojero. Toda esta gama de intelectualidad daba rienda suelta al deseo de cambiar el mundo que les tocó vivir. Se discutía con ardiente vehemencia, acaloradamente, sin evitar ponerse como "leche hervida". Cada intervención era aplaudida incluso por algún vecino que participaba desde su balcón; otros, sin embargo, nos gritaban furibundos: "¡Cállense ca......!

En fin, en una de esas exposiciones habló Mingo Zavala, conocido en el barrio como "Zandrox" (tomado del conocido astrólogo), estudioso de los fenómenos sensoriales, tercera dimensión, etc., etc., quien nos invitó a irnos de viaje por Semana Santa a Marcahuasi. Me opuse terminantemente pues aún me acordaba la desafortunada experiencia que tuvimos. Él insistió y terminó por convencernos, cualidad notoria suya. Quedamos que al siguiente sábado nos encontraríamos para últimos detalles en el "Cordano", un famoso y singular restaurante que aún existe, detrás del Palacio de Gobierno, por la Estación de Desamparados, y donde se preparan los sandwiches más ricos y baratos de Lima. Este lugar fue punto de reunión de grandes hombres de nuestra patria, y hay quien dice que en muchas de sus mesas se gastaron grandes hechos de nuestra historia y tal vez algún golpe de estado.

Al llegar allí sólo teníamos una preocupación: cómo conseguir suficiente dinero para los 11 que queríamos viajar. Al final sólo pudimos concretar en los viajes, comida y extra para 8, el resto no tenía ni para ir a Lima, pero insistían en ir prometiendo conseguir "alguito". Para celebrar nuestro futuro viaje decidimos ir a la peña folklórica Hatuchai, disfrutar de nuestra hermosa música y hacer amistades. Ya al regreso hacíamos los últimos detalles; el entusiasmo nos embargaba, los patas se sentían fakires; tres días sin comer bien, como si fueran a escalar al Everest. Yo, con alguna experiencia en montañismo les advertía que no sería un juego. En fin, el día miércoles nos reunimos a preparar un equipo de lo más sencillo comparado con las maravillas que se ven en U.S.A.; las viejas ollas de nuestras madres, compañeras de tantas aventuras culinarias dejarían por 3 días su lugar al igual que 2 cocinas primus, colchas para el frío y lo mejor que teníamos era una carpa prestada por una señora del barrio que pudo conseguirla de SINAMOS, entidad del Gobierno Militar donde ella trabajaba.

Por fin llegó el día de la partida. La madrugada del jueves Santo, sin que nadie supiera, sigilosamente, como las legiones romanas, salimos los 11 cruzando, los blockes A-B, pensando y soñando que nuestro regreso sería triunfante. El barrio entero dormía, menos el Chino Pepe, dueño de una bodega en Santa Marina, quien nos saludó y de pasada colaboró con nuestra despensa portátil. A propósito del Chino, luego que se fue del barrio no supimos más de él. Atrás quedaron muy apenados Pepe "Marengo" Arce y el "Chino" Campuzano, quienes no llegaron a conseguir ni para el pasaje a Lima. Ya por el camino nos encontrábamos con trabajadores marítimos, mis compañeros de trabajo del Callao, quienes se dirigían a su diario trajín, al igual que lo hice durante 15 años como Supervisor del Trabajo Marítimo.

Al llegar a la Plaza San Martín continuamos por el Parque Universitario, observando a la gente provinciana durmiendo en cada metro cuadrado de la plaza. Ellos habían dejado ese mundo tan hermoso que nosotros visitaríamos, por vivir en la ciudad de los Virreyes, haciendo tan patético el amanecer en Lima. Tomamos un desayuno ligero en una de esas carretillas frente a la casona de la Universidad Mayor de San Marcos (la más antigua de América), pan con "hot dog" y un vaso de emoliente; poco a poco se fueron uniendo más mochileros, algunos planeaban ir al Sur otros al Norte, pero la mayoría al igual que nosotros, a la carretera Central. Había un poco de frío en Lima, pero abril es una buena temporada para visitar la Sierra. Eran las 6:30 de la mañana, el ómnibus no tardaría en llegar, y en 45 minutos estaríamos llegando a Chosica. La gente estaba impaciente, se escuchaban las risas de Alberto " Jesucristo", Quinque Diplorio, su hermano Pedro, quienes lanzaban piropos a cuanta chica veían; ellas les correspondían, y hacían amistad, al igual que el "Chemo" Meneses, Oswaldo "Cuetone", su hermano, el "Polaco" García Fortunic e incluso nuestro "Guía Espiritual" Mingo Zavala.

Ya en CHOSICA a 40 km. al este de Lima, comprendimos que no éramos los únicos viajeros a Marcahuasi; parecía que todo Lima se había volcado a este mismo objetivo, mochileros de toda condición social se mezclaban haciendo verbo unos con otros. Los que más sobresalían por su picardía y ocurrencia eran los muchachos del Callao. Todos esperábamos algún camión de carga como los que usualmente salen desde el mercado de Chosica; por fin el grito de "camión a la vista" por Alberto "Jesucristo" nos puso en alerta. Ya arriba empezó nuestra aventura, éramos casi 40, sin contar los pollos, un chancho, sacos de arroz y azúcar, y uno que otro bulto no identificado. Ya en pleno camino tuvimos la iniciativa de hacer "verbo", cualidad muy de los chalacos ante la seriedad de los limeños; llegamos a la conclusión que mientras más pitucos, más serios son.

En el grupo se encontraban alumnos de Bellas Artes y de la Facultad de Medicina de la Universidad Cayetano Heredia. Ya en un ambiente de amistad, íbamos dejando la cuenca del Río Rímac para entrar a la quebrada de Santa Eulalia. Mientras más subíamos, el paisaje se tornaba más bello y todo el verdor se extendía sobre los bien delineados campos de cultivo, dejando ver a nuestros ojos el orden y la paz de esos lugares invitándonos a vivir allá. De pronto la carretera asfaltada se terminó y se terminó, y nos dejó ver un camino polvoriento de una sola vía y con precipicios a los costados, que ahogó más de un grito en nuestras gargantas; me acordé del pobre mini-Morris del amiguito Carlucho. El camión continuaba su camino hasta que de pronto paró bruscamente, viniendo el cobrador y el chofer a pedirnos los pasajes por adelantado, para evitar el famoso "paga Dios, Señor". Al continuar nuestro viaje pudimos divisar el puente, uno de nuestros puntos de referencia, en la parte alta el pueblo de San Pedro de Casta y mucho más arriba, se podía apreciar nuestro destino: Marcahuasi.

San Pedro de Casta es un pequeño pueblo agrícola, que según decían era famoso por sus quesos; su gente nace, crece y muere, y nunca ocurre nada transcendental, salvo tener una rica tradición histórica y antropológica, según comentarios de los comuneros que viajaban en el camión con nosotros. Me causó una agradable impresión el pintoresco pueblo de calles estrechas, y casas hechas en su mayoría de adobe, con balcones antiguos, y una cruz, diferente una de la otra, sobre cada uno de sus techos. Como el tiempo apremiaba, iniciamos la tarea de buscar burros, ya que sin ellos era imposible subir todo el equipo, especialmente la inmensa carpa con capacidad para 20 personas. Los burros son llamados graciosamente "taxis", advirtiéndonos la gente de no alquilar el famoso burro "Bisco", que tiene la costumbre de llevar a la gente al precipicio. Después de rentar cuatro, nos faltó uno para la carpa que era tan pesada; los burreros se negaron, por la que uno del grupo, Alberto "Ajonjolí", se prestó a llevarla a cuestas y, gracias a su excelente estado físico, lo logró. Nos dijeron que en dos horas podríamos llegar a la meseta, debiendo ascender de 3,200 a 4,200 msnm.

Los primeros minutos de subida fueron horribles, la falta de aire y el peligro del soroche hizo que mucha gente desistiera en su intento de subir; los demás subíamos parando cada tramo y buscando con ansiedad algún puquial para proveernos de agua, ya que a esa hora del mediodía hace un calor insoportable. Mientras el burrero nos acompañaba, conversábamos con él sobre su pueblo, el Distrito de Casta, comunidad a más de 3,200 mts. sobre el nivel del mar y con una población de 1,100 habitantes. Los primeros hombres de esta zona según la leyenda, fueron los Carahatos, quienes vivieron desnudos y en estado de barbarie hasta cuando se produjo un eclipse de Sol. Creyendo que era el fin del Mundo se mataron unos a los otros. Luego vino otra generación llamada Huaris, hombres gigantes, inteligentes y menos salvajes; fundaron varias poblaciones. Y por último, los Varayoq, que vivieron antes de los Incas, hacían trabajar a palos a su gente.

La fundación del pueblo se remonta a 1571 aproximadamente, cuando por real ordenanza del Virrey Francisco de Toledo se empezó a realizar la reducción de varias antiguas poblaciones en una sola, a la cual se denominó San Pedro de Casta, donde la comunidad la forman agrupaciones de familias que poseen un determinado territorio y se identifican por rasgos sociales y culturales comunes. Este concepto es conocido como el Ayllu. La actividad principal es la agricultura y se distingue la cosecha de frutas como paltas, melocotones, limas, y chirimoyas a 1,500 msnm, así como también ocas, ollucos, maíz, habas, alverjas y diferentes variedades de papas a una altura de 2,500 y 3,000 mts. sobre el nivel del mar. Me di cuenta que aún usan la chaquitajlla, un arado de pie pre-hispánico, y también que el agua llega a los cultivos a través de canales; y, justamente refiriéndonos al agua, el burrero nos hizo mención que cada año el pueblo de Casta desde tiempos preincaicos, celebra la fiesta del agua que consiste en la limpieza de las acequias o canales durante 8 días, contando con la participación obligada de todos los miembros de la comunidad, a lo que el "tombo" y Alex comentaron en tono jocoso: "Si se pudiera limpiar así las calles de Lima".

Los mayordomos son los encargados de dirigir las tareas de cada persona, al término de esto hay carrera de caballos, representando a cada comunidad; y, por supuesto, la comida y bebida, para el pueblo y visitantes que quieran unirse a la celebración. Encontramos en la zona, algunos CACTUS llamados SAN PEDRO, que en la actualidad están desapareciendo debido a que muchos excursionistas lo usan como alucinógeno. Llegamos a un tramo de dos caminos y el comunero nos recomendó tomar el camino más largo, el cual también ellos usaban, pero nosotros, como buenos criollos, nos decidimos por el otro sin imaginarnos las cuestas pedregosas que había, y sin una gota de agua a los alrededores; más de uno se arrepintió de haber viajado, inclusive Mingo "Zandrox", nuestro guía. Las quejas y lamentos se escuchaban por doquier, mientras sólo unos continuábamos avanzando. El trayecto nos demandó seis horas, el triple de lo que nos dijeron los comuneros.

Por fin llegamos a la meseta. Buscamos ansiosamente la cabaña donde había vivido el Doctor Daniel Ruzzo, estudiando esta zona durante dos décadas; labor encomiable y comparable con la de María Reiche en las Pampas de Nazca. La cabaña ya estaba ocupada y nosotros completamente agotados encontramos un lugar donde armar nuestra carpa no sin antes quedar admirados por la belleza del horizonte; el sol al ocultarse iba dejando una estela de colores, como aferrándose a continuar aún con vida, dando paso en contados minutos a un cielo resplandeciente; las estrellas que en Lima casi ni se ven, allí lucían tan grandes, casi accesible a nuestras manos, y brillaban coquetamente insinuándonos a seguir mirando el cielo; de vez en cuando vimos cometas voladores o lo que llamamos también estrellas fugaces. El amiguito "Zandrox" estaba en su salsa explicándonos sus cartas astrales y sus meridianos zodiacales pero solamente le escucharon unos cuantos, el resto ya estaba roncando. Para mis adentros yo pensaba con lástima cómo los conquistadores españoles decidieron instalarse y situar la capital en el Valle del Rímac, cerca del mar, en vez de haberlo hecho en estos lugares; su ambición por la búsqueda de oro los hizo mirar siempre hacia la tierra y nunca levantaron sus ojos al cielo.

El viento frío empezaba a azotar. Mingo "Zandrox", Alberto "Jesucristo", Anderson y el que escribe, fuimos los últimos en ingresar a la carpa, y por lo tanto en apagar la lámpara Petromax que colgaba en una de las esquinas de la carpa. Esa noche sufrimos los que tenemos el sueño ligero, ya que tuvimos que aguantar todo tipo de olores y ruidos gaseosos, producciones por la altura (4,000 mts. de altura sobre el nivel del mar). Amaneció, y a nosotros al despertar nos dolía todo, hasta el alma; nos hubiéramos querido quedar acurrucados dentro de la carpa, pero tuvimos que salir a preparar el desayuno para aliviar con algo caliente el intenso frío de la mañana; hubo pan con atún, camote frío y "quaker" sin leche, a lo pobre. Oswaldo "Cuetone", tipo con mucho carácter y personalidad, era el encargado de supervisar los alimentos, de manera que durasen en el tiempo previsto para los que habíamos contribuido para la despensa; los otros tres que fueron de mantequilla conocieron a unas chicas de otro grupo y los vimos comiendo mejor que nosotros.

Luego del desayuno, con más ánimo y fuerzas, nos dividimos en dos grupos, debiendo quedarse uno de ellos a cuidar la carpa y el equipo; nosotros emprendimos el recorrido por la meseta que tiene una plataforma de más o menos 2 km., rodeada de precipicios de casi 1,000 mts. de profundidad; aislada completamente del resto del mundo, como si la naturaleza la quisiera proteger de la mano depredadora del hombre. A la cabeza del grupo iba Mingo, haciendo alarde de sus conocimientos de esta zona, afirmando que eran restos de una civilización antediluviana, donde el hombre aprovechó la disposición de las gigantescas piedras para darles formas, tallándolas; esta cultura fue llamada Masma por el Doctor Ruzzo, usando el mismo nombre que tiene una región que se encuentra en la zona central del Perú, habitada por los Huancas hasta la llegada de los españoles y que fue una de las más antiguas del mundo. Los patas nos miramos pensando que la altura había afectado a Mingo. A pocos metros pudimos divisar una gran cabeza esculpida en piedra con un nítido perfil, él nos explicaba que es el Monumento a la Humanidad, que a medida que girábamos se podían apreciar hasta 14 perfiles de todas las razas humanas según la teoría del Dr. Ruzzo. Los casteños la llaman Peca Gasha o "Cabeza del Callejón" en el idioma quechua.

También apreciamos boquiabiertos el altar de los sapos, el león africano, un camello y la cabeza del Inca; con la ayuda de mi cámara pude plasmar toda esta belleza, la cual guardo en slides, como un tesoro. También vimos una piedra en forma de reptil llamado Anphichelida (reptil de la era secundaria, de aproximadamente 7 mts. del largo), antecesora de la tortuga; poseía un caparazón cortado en 4 partes y se le tiene clasificado como Stegasaurio. Esta escultura de piedra tiene 25 mts. de largo y 4 mts. aproximadamente, de alto. Cuando empezamos el recorrido sólo éramos 6, pero se fueron sumando otros grupos que escuchaban con deleite la exposición de Mingo, él nos indicaba que debíamos colocarnos en los ángulos precisos para poder apreciar las obras-formas perfectas; luego llegamos al templo de las Mayoralas; según Ruzzo, parecen mujeres danzando. Es un lugar de mucha acústica y más abajo pudimos apreciar un lugar lleno de lagos llamado Huacracocha, pero Mingo nos explicó que eran colcas o depósitos de agua; estaban casi llenos pero no ofrecían garantía para tomarlas, por eso los comuneros aprovechan para subir el agua, venderlo y hacer su "agosto".

El paisaje se veía esplendoroso a esa hora de la tarde y pude apreciar restos arqueológicos muy interesantes y en mi opinión Pre-Incaicos del siglo XIII y XIV; pudimos ver también restos de construcciones de dos pisos, con pequeñas puertas de ingreso, destruidos no por el paso del tiempo sino por la mano depredadora del hombre que sube a estos lugares. El Inca Túpac Yupanqui conocía bien de estas gigantescas esculturas según testimonio de los cronistas de la conquista. Nos habían dicho que desde el punto más alto, llamado SANTA MARÍA, se podía apreciar el rostro de Jesucristo y cuando llegamos, realmente nos pareció verlo también esculpido en otra gigantesca piedra. Muchos de los que se quejaron, en ese momento afirmaban que valió la pena tanto sacrificio, y todo cansancio se había esfumado de sus rostros.

Mingo estaba deseoso de llegar a un lugar donde según él hubo influencia egipcia, representado por un hipopótamo hembra erguido sobre sus patas posteriores como la diosa Thueris (símbolo de la fecundidad), acompañada esta esfingie de dos hombres con una especie de escafandra, un perro y, según Ruzzo, también un cocodrilo. Todo lo que veíamos nos parecía insólito y parecía que nos encontrábamos en otro mundo y nos hacía pensar ¿qué mano realizó esta obra monumental?, ¿Fue la naturaleza?, o aquellos habitantes de los que habla el Doctor Ruzzo.

Maravillados regresamos a la carpa siendo las seis de la tarde después de haber caminado palmo toda la meseta durante 8 horas; allí encontramos a nuestro grupo dialogando con gente de otras carpas, intercambiando ideas, haciendo amistad, algo que no pasaría en la ciudad. Pero este lugar transformaba a las personas haciéndonos olvidar las poses y los detalles, para solamente ver a una juventud deseosa de encontrarse a sí misma con sinceridad y sin egoísmos. Ya en la noche hubo un fiestón en el anfiteatro; claro que, con mesura y sanamente, ya que era Viernes Santo.

Al otro día, el sábado, le tocó al otro grupo que se fue con las chicas de la otra carpa vecina, nosotros por nuestra parte fuimos a los alrededores a visitar algunas Chullpas (restos de tumbas pre-incaicas) y después regresamos a desarmar la carpa pues el mismo día partiríamos de regreso hacia el pueblo de San Pedro de Casta. La bajada fue más suave y rápida, la hacíamos contentos, se escuchaban risas, los pepones del grupo piropeaban a las chicas y no perdían el tiempo, escribían sus teléfonos y direcciones en Lima. Después de dos horas caminando, llegamos a San Pedro de Casta con otra visión; el pueblo nos inspiraba respeto, admiración, y nuestro trato hacia su gente cambió completamente. Muchas cosas influyeron para esta actitud, supongo que el contacto con la naturaleza, el acceso elemental de supervivencia, sin radio, televisión que perturbara nuestra meditación, mucha comunicación sincera entre unos y otros depojándonos de sentimientos de valor. Lo cierto es que bajábamos renovados y con cierta melancolía de regresar al mundanal ruido, pero una parte de este lugar de encanto nos llevaríamos muy dentro de nosotros, convirtiéndonos de ahora en adelante en verdaderos Punarunas.
Tomamos el camión de regreso muy de madrugada y volvimos a nuestro querido Puerto con la esperanza de un próximo retorno, que logré años después con mi esposa.

"Bueno Fabián" le dije, "son las 12:55 p.m., se nos acabó el reposo, tenemos que regresar a nuestra labor, mañana será otro día y tocaremos algún otro tópico". Desde el piso 17 de Brickell miré hacia el sur y no pude evitar que un sentimiento de nostalgia invadiera todo mi ser.

         Expedicionarios chalacos de Barrio de Santa Marina, de izquierda a derecha : Alberto Nunez .. "kristo", "Quique" di Florio, Alberto "gringo " Muñoz Tesson y Carlos " Carlucho " Bernal Zapatel 

Alberto Muñoz Tesson
Santa Marina
Miami - USA

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