EL CHARAPO ELÉCTRICO
Salió
presuroso de casa, luciendo sus mejores galas, un elegante terno azul
marino, camisa celeste, y una bella
corbata que le hacía juego. Hacía un calor infernal. Subió al auto, encendió el
aire acondicionado y emprendió la marcha. Alejándose de su condominio, enrumbó
por la NW 148th Avenida hacia el Norte: bella vía rodeada de frondosos árboles, con
hermosas casas de tipo rural a ambos lados del camino. Se encontró a la derecha
con la I-595, una mole de concreto que corta la ciudad de Oeste a Este. Es ésta
una ruta rápida, muy parecida a nuestro zanjón.
Alcanzó en pocos segundos la NW 136th, hizo una izquierda nuevamente al norte y
continuó, circundado por Shopping centers
y algunas lagunas artificiales, además de un inmenso centro comercial, el Sawgrass Mall, que es casi del tamaño de
toda La Punta (El Callao). Prosiguió su camino. Estaba retrasado, algo poco
común en él, hasta que llegó en pocos minutos al inmenso coliseo, uno de los
mejores y más hermosos diseños arquitectónicos de Florida, y, específicamente,
de la Ciudad de Fort Lauderdale, lugar éste que se presentan los mejores grupos
musicales, así como también se llevan a cabo competencias de básket y deportes sobre hielo, (disciplina
tan arraigadas por estos lares, aunque por estos predios siempre hace calor).
Luego
de estacionarse en la inmensa playa de parqueo, subió las escalinatas con paso
apurado, ingresó al gran recinto, donde le llamó la atención la limpieza, el
orden y la gentileza de los trabajadores. Allí en lo alto de las graderías
quedó pensativo: observó a la muchedumbre, unas cinco mil personas asistentes al gran evento cómodamente
sentadas, la inmensidad del mismo. Sus avances tecnológicos, con pantallas
gigantes que permiten que los espectadores vean los espectáculos desde todos
los ángulos lo hacía lucir imponente. En
un instante, la orquesta sinfónica presente empezó a tocar una bella melodía,
que es característica en este tipo de ceremonias. Una bella música clásica que
acompañaba el paso de los graduandos. Uno a uno iban ingresando y tomando sus
asientos respectivos en el medio del inmenso coliseo. Era momento muy especial,
lleno de emotividad. Sí: era la ceremonia de graduación de uno de los mejores
amigos del grupo, y lo hacía con un título muy importante, nada menos con un Doctorado
(“Phd”) en Negocios Internacionales, gran mérito éste, pues como todo inmigrante,
había llegado al país con una mano atrás
y otra adelante.
Sentado
entre ellos, estaba él. Su rostro reflejaba una inmensa alegría. Su triunfo
sobre la adversidad de antaño, con su elegante toga, su birrete y su gran
corazón, recordaba quizás los momentos más aciagos de su vida de inmigrante. Sentado
allí, entre los triunfadores, pero también no dejaba de lado su espíritu travieso
y calentón. En un momento dudamos si
estaba absorto en sus pensamientos, o, de repente dejándose llevar por sus
impulsos, no dejaba de mirar el trasero de una guapa mujer que estaba sentada
adelante.
Recordaría
tal vez su estancia en el Colegio Militar : él, chalaco de corazón y oriundo de la Amazonía ; específicamente de
Iquitos, había afincado en su adolescencia por el barrio de Maranga, acostumbraba
pasear en sus días de salida por la
Av. de La Marina y la Av. Elmer Faucett, cerca de la discoteca “Pastrami”;
asimismo aprovechaba de estos para darse sus escapaditas por el célebre “Trocadero”,
donde tenía su casera , una cholona que solía susurrarle al oído
mientras le hacía el amor, previo pago de cinco soles más, por supuesto. Recordaría
también su paso como Oficial del Ejército Peruano, su graduación
como Ingeniero en la Villarreal, su posterior partida a USA, sus primeros años
como inmigrante, con todas sus adversidades iniciales, su graduación
universitaria como Ingeniero en un país extraño, y luego, concluyendo satisfactoriamente
dos maestrías: una en Chicago y otra en Fort Lauderdale, para finalmente
obtener el grado más alto que una Universidad en este país otorga a sus
profesionales: el Doctorado o “Phd”.
- ¡¡Lo hice... lo
hice….!! -estaría pensando-.
En
un momento Pato Lucas divisó a los
compañeros de la promo que habían
asistido a tan magno evento. Estaban el Sapo, el Carón, Popotitos, el Panturry,
el Chedy, además de sus mejores amigos y familiares, y uno muy especial, que le
tendió la mano en uno de los momentos más cruciales de su vida, treinta años
atrás. Se reunieron todos en una misma tribuna y empezó la ceremonia. Luego de
algunos momentos, el Rector de la Universidad lo llamó. Se acercó titubeando,
tal vez por nerviosismo: le dio la mano y se retiró con su preciado título.
De pronto irrumpió una voz altisonante, cargada de emoción: era el Sapo,
que sacando su espíritu bonachón y
netamente peruano gritaba a todo pulmón…
- !!!Buena,... Charapo eléctrico!!!
Él alcanzó a escucharlo y solamente sonrió como respuesta.
La
multitud aplaudió cariñosamente, como premio a su gran esfuerzo. Sus amigos y
familiares rompieron en un estruendoso aplauso, emocionados y dando muestras
del inmenso cariño hacia tan bella persona.
El Charapo
caminó lentamente a tomar nuevamente su posición en la ceremonia, algo
aturdido. Pasaron por su mente el recuerdo inicial de sus caminatas al centro
de trabajo, hace ya como 30 años, o tal vez la época en que apenas se alimentaba
(por falta de dinero), o, también, cómo buscaba asistir a reuniones familiares
de inmigrantes para poder comer de verdad, épocas todas durísimas, que habían
forjado su espíritu joven. Pero jamás se dio por vencido, jamás un paso atrás,
siempre adelante, con el pensamiento en alto, con el alma encendida,…
como una azul hoguera.
Al
término de la ceremonia, los abrazos, las felicitaciones, las fotos para el
recuerdo, y lo más importante, el ejemplo para su pequeño niño: había vencido,
profesional y económicamente, y desde
luego que lo merecía por completo.
Lucas
solo atinó a decir: ¡Bravo Zulú!...
Dios es peruano
Culminando
su trabajo diario como obrero en una factoría, estaba completamente agotado. Caminó
como 30 cuadras pues de esta manera se ahorraba el gasto diario en pasajes. Había
ingerido sus alimentos, estos consistían en una coca-cola y un paquete de
galletas de soda, que era lo único que su bolsillo le podía permitir, y llegó a
la casa donde le daban alojamiento. De pronto se le acercó el dueño de la misma
y, sin titubear le dijo:
- Compadre: ha
llegado un familiar; tienes que desalojar la habitación… ¡Lo siento…!
No
respondió. Su alma se llenó de angustia y pesar. Tomó algunos minutos para
ordenar sus ideas, acto seguido cogió sus pocas pertenencias, las metió en un pequeño
maletín, y partió sin despedirse. Salió de la casa y empezó a deambular. Las
calles le parecían más largas que nunca, y el frío, también más intenso que
nunca. Pero lo más triste era que caminaba sin rumbo, sin saber adónde. Cada
minuto que pasaba le parecía una eternidad, y el frío de las calles de Chicago
le hacía doler hasta el alma.
Observó
el ambiente. Su poca experiencia, sin embargo, le decía que pronto iba empezar
a nevar.
- !Dios
mío …!: ¿Qué hago ahora…?., ¿Adónde me
voy ...?
Con
sólo algunos centavos en el bolsillo, prosiguió su marcha... Cabizbajo, sí,
pero nunca derrotado.
Siguió
caminando. Se abrazaba a sí mismo, queriendo guarecerse del viento helado. Su
delgado cuerpo sólo era abrigado por un viejo sacón verde, recuerdo de su paso
por las aulas de su querido Colegio Militar. Era el conocido capotín, tan apreciado por los leonciopradinos
en la época de Invierno.
De
pronto una voz lo llamó:
-
Hey... hey,… compadre… ¡Sí, tú, el del capotín…!
Volteó,
era un desconocido; lo llamaba pues había reconocido la prenda tan
característica.
- ¿Qué
haces?… ¿adónde vas …? -le preguntó el
sujeto-.
Se
acercó con alguna duda,
- ¿ Sí
…?
-contestó-.
- ¿Adónde
vas? -volvió a
preguntarle ... Eres peruano, ¿no?
- ¡Sube…!
Subió
presuroso,... No tenía alternativa.
- Yo
también soy del Colegio. No te preocupes.
Lo
llevó a comer algo, le invitó una bebida caliente y le ofreció alojamiento, así,
por el simple hecho de ser uno más de esa gran familia que todos nos sentimos
orgullosos… ¡La gran familia Leonciopradina!
Esta
experiencia sólo le sirvió para tomar nuevos bríos. Lavó platos, fue jardinero,
pintor, mozo en un restaurante, además de muchos otros oficios. Simultáneamente,
empezó a estudiar el idioma, y logró ingresar a la Universidad, de la que
finalmente se graduaría también como Ingeniero (*). Hay, no obstante, algo que
debemos resaltar, y ese algo es lo que a muchas personas le hacen falta para
hacer frente a la adversidad. Ese algo con que muchos nacen y lo cultivamos a
través del tiempo, ese algo de lo que
los Leonciopradinos podemos hacer
jactancia, que muchas veces escuchamos a nuestros oficiales instructores decírnoslo
a voz en cuello y que siempre deberíamos tener:
- !!!Los c..j..nes
bien rayados…!!!
Hay quienes luchan un año,... y son buenos.
Hay quienes luchan varios años,… y también son buenos.
Hay quienes luchan muchos años,… y son mejores.
Pero pocos luchan la vida entera.
¡Esos son los imprescindibles!
Anónimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario