domingo, agosto 5


JUANITO MILLONES

Para mi Maestro
el Hno. Pablo Nicolás
In memóriam



Fui por aquella época el único compañero dispuesto a escucharlo. Ya fuese que llegásemos temprano, antes del inicio de las clases, o en los recreos, o a la salida de cada día del colegio, sobre todo a la hora del almuerzo, nos juntábamos para caminar, él hacia la tienda de su padre y, al despedirnos, yo continuaba hacia mi domicilio. Más que un diálogo en el trayecto tenía lugar un monólogo, que escuchaba poniendo atención en las palabras de mi amigo. A la altura de la tercera cuadra de Libertad ambos nos despedíamos y acordábamos a la mañana siguiente reanudar nuestra conversación. A las salidas vespertinas, a las cinco de la tarde, mi apreciado partidario enrumbaba hacia La Punta. Su casa quedaba casi llegando al Malecón de la playa, en la misma acera del Cine Majestic, donde antiguamente los tranvías disponían de unos metros de línea férrea para sacarlos de circulación. Ahora todo aquello para nosotros ya sólo significa referencia histórica, porque todo se ha desvanecido en la lontananza del tiempo. Su casa era un inmueble de dos pisos, con puerta ornamentada de metal, arqueada en el dintel, con escasos escalones de mármol que remataban en el umbral, y fachada de cemento y balcón volado en el segundo, donde las enredaderas dábanle un realce de eterna primavera.

Av. Grau 1ra. Cdra. La Punta / Archivo: Pepe Torchiani
Plazuela de La Punta 1934


No reviste significación alguna ni viene al caso conocer su gracia, que podría ser Lucas, Luis, Lucrecio, Lucio, Luscindo, Lucindo, Ludovico, Luciano o cualquier otro nombre. Para facilitar nuestra narración llamémoslo Lucio. Dejo, no obstante, consignado que nuestros condiscípulos lo bautizaron con el de Juanito Millones en virtud de que uno de sus nombres era precisamente el de Juan. Más adelante se verá si fue justo o injusto el apelativo de Millones, o si constituyó simple malicia y suspicacia de nuestros camaradas de clase. En todo caso, cada uno saque sus propias conclusiones.
El padre de nuestro amigo Lucio era hombre joven, muy bien parecido, de estatura ligeramente superior a la mediana por aquel entonces en El Callao, a la sazón de unos 40 años, y no mucho mayor que su esposa. La madre de mi compañero sería, consiguientemente, escasos almanaques menor que su marido. Era ésta mujer de gran belleza y atractivo, de quien recuerdo su hermosa sonrisa y la deferencia con que hablaba a los condiscípulos de su hijo. Aludiendo a su padre, creo no equivocarme si dijera que, conceptuándolo por su trato – aunque sólo lo vi y saludé pocas veces, cuando de pura casualidad convergíamos en un punto –, denotaba ser persona afable y educada, diligente, dinámica y laboriosa. Era dueño de una ferretería ubicada en el Pasaje Gálvez, en la misma recta de la otra salida de la sacristía de La Matriz, y a poquísimos pasos de la Farmacia del señor Francia; quedaba frente al Restaurante España y cerquísima del Bazar Le Bon Marché, comercio éste, de Le Bon Marché, justamente frontal de la mencionada Farmacia del señor Francia. La tienda paterna exhibía en la entrada timones, cabos y poleas para embarcaciones, no dejando dudas que su especialidad era la venta de cadenas, anclas, remaches, cables, rosas náuticas, sextantes, barómetros, grilletes, templadores, pastecas, motones y demás utensilios y aparejos propios para la navegación de cabotaje y de altura. Su espíritu empresarial lo había llevado a ser propietario de bolicheras, las que cuando no se hacían a la mar se hallaban surtas en el puerto de Chimbote, realizando sus faenas por aquellas latitudes, por lo que este caballero distribuíase entre El Callao y el mencionado embarcadero norteño.

Esquina de José Gálvez (Pasaje Gálvez, en la Plazuela de la Matriz del Callao)
Antigua Farmacia Francia en el Pje. José Gálvez / Archivo Humberto Curarrino-El Callao


Llevando los genes de sus progenitores, ocioso resultaría agregar que mi buen amigo Juanito era chico simpático, cortés y comedido. Como nadie hay en esta existencia sin algún defecto grande o pequeño, el suyo era el de cierta inmodestia y jactancia en cuanto al inventario de existencias y patrimonio materiales se tratara. Era excelente catalogando, describiendo, clasificando; realizando taxonomías de existencias y stocks como si de especies animales vivas se tratara; elaborando balances, auditorías, arqueos y cómputo de ingresos comerciales. Mi buen amigo Juanito, pues, tenía lo que se llama estilo, distinción, clase y finura tanto en el hablar como en sus movimientos manuales y corporales. La nobleza obliga. Sus manos complementaban sus palabras ejecutando sosegados giros en el espacio, como si recitara un poema amoroso, una copla cadenciosa, una plácida estrofa. Gesticulaba con sobriedad y templanza; reía pero con mesura, y hasta sus carcajadas brotaban de su boca más bien austeras, frugales, moderadas, como comprendiéndose a sí mismo, como chanceándose de su propia persona y de sus ocurrencias. Evitó siempre la estridencia. Frecuentemente sonreíase con condescendencia y dábame palmaditas fraternales en un brazo, en uno de los hombros o en las espaldas, expresándome su devoción con un no sé qué de bonachona, de cordial y artificiosa afectación fortalecida por su presencia física de muchacho de fina sensibilidad. Mi amigo tenía pelo castaño claro, casi rubio, ondulado, y la tez blanca rosácea. Casi todo en él era temperancia y moderación, salvo el contenido de algunos de sus obsesiones.
A modo de ilustración, recuerdo que en cierta oportunidad me hablaba de un tío suyo, apoderado de cierto conocido banco del Perú:
-Mi tío – me dijo con toda seriedad y aplomo – renunció a su puesto gerencial del banco porque sólo ganaba 40 mil soles …
Banco Italiano - Sucursal del Callao - Calle Daniel Nieto


-¿Cuarenta mil soles mensuales? -inquirí-,


-Sí, Ricardo: ¡sólo cuarenta mil soles mensuales! – respondiome enfatizando cada palabra de la frase: ¡sólo cuarenta mil soles mensuales! –, como si las degustara, las catara, las paladeara y las saboreara con fruición, a la vez que me miraba de reojo pulsando sus efectos en mi ánimo.
– Claro, Lucio – le agregué llevándole el amén – tu tío tuvo razón ... ¡ganando tan poco, ¿qué otra cosa podía él hacer sino renunciar?!
Para que se tenga una idea de la excelencia del sueldo, habiendo pasado ya tantos años, dejaré constancia que con la quinta parte de aquella cantidad era para vivir una vida no de rico pero sí desahogada y libre de cualquier reserva, limitación ni meticulosidad en cuanto a gastos. Con la quinta parte, repito, perfectamente podíase ser pródigo, y hasta de vez en cuando dárselas de dispendioso sin sufrir por ello. Definitivamente, mi buen amigo Juanito perdía piso y proporciones de la realidad chalaca, y hubiera sido fanfarrón y petulante, lo que en el vocabulario peruano decimos palangana, si no sospechara yo que me hallaba en compañía de un verdadero mitómano, de un exagerado crónico de buena fe.
Referíase a los cardúmenes de anchovetas, al tonelaje de las embarcaciones paternas, desembolsos, radio de autonomía e infinidad de sucesos relacionados con la captura peces y disposición de los tripulantes; a la longitud y costos de las redes; a las faenas pesqueras y mil otras cosas relativas a la labor de aprehensión de nuestras anchoas peruanas, traduciéndolo en términos crematísticos ascendentes a cifras de varios guarismos.
Un buen día casi me saludó diciéndome:
-Ah, Ricardo: mi padre comprará pronto un nuevo auto ya que el que ahora tenemos ha quedado viejo … Un poco más y parecerá antediluviano.
Esto decía con naturalidad, así: espontáneamente, con llana franqueza, sin esfuerzo, entusiasmo ni vehemencia, como resignándose a que este mundo fuera de esta manera y no de otra, sabiendo que desahuciaba un auto modelo inmediatamente anterior al año que estábamos.
Yo le llevaba el amén. Me solidarizaba con lo inexorable de su necesidad de cambio, de la exigencia de la adquisición.
-El auto será, lógicamente, último modelo, de ésos seditas, cómodos, que parecen que uno volara en ellos, y no el carretón que ahora tenemos.
Y así fue. Poco después me vino con la noticia que la compra se había efectuado.
- Mi padre lo compró al chan-chan: un billete después del otro ... ¡A la hora del almuerzo te lo enseñaré!
Seguramente lentas, calmosas, tardas para él transcurrieron las horas hasta que sonó el timbre de mediodía otorgándonos permiso para irnos a casa. Se me acercó con sonrisa amplia, incapaz de ocultar la dicha que sentía él de compartirla conmigo. Con toda cordialidad me tomó del brazo y ambos nos dirigimos a la Calle Lima, que la caminamos en su primera cuadra hasta tomar la Salaverry y cruzar la Plazuela Gálvez, conocida por este nombre o por el de Plazuela Dos de Mayo.

Plazuela José Gálvez y Calle Salaverry El Callao


A esa hora todos salían de los trabajos y colegios. Bulliciosa de por sí aquella arteria central del Callao, contagiando a sus alrededores, cobraba la especial algarabía tan propia de concentraciones populares, más todavía cuando colectividades adolescentes y juveniles de ambos sexos se encuentran y alternan con el albedrío sin prejuicio y valor que da el número, la aglomeración y la juventud. Los tranvías iban hacia Lima y regresaban hacia La Punta, como los automóviles, como los colectivos. Los vendedores hacían su agosto, y los suerteros vendían sus huachitos de la Lotería de Trujillo, de Arequipa, de Huancayo o de lo que fuera.
Llegados que hubimos a la esquina de Gálvez y Libertad, justo al pie de la puerta de El Imán, apareció un auto reluciente, deslumbrante, modernísimo, último modelo. ¿Sería Ford o Chevrolet?, no sabría confirmarlo, pero sí daba la impresión de recién salido de fábrica, con cero kilometraje.
Nos paramos ante él. Juanito me miró con ojos sonrientes, felicísimos, radiantes, mientras que con la diestra mano me lo indicaba. Siguieron unos segundos, cuántos no sé, de silencio mutuo, en que mi amigo y yo dimos una vuelta alrededor de automóvil para contemplarlo. Lo miramos, lo observamos, lo palpamos, lo admiramos. Era éste de color amarillo pato, cautivante, atractivo, seductor. Luego que lo disfrutamos abrió la puerta del lado del chofer, sentose frente al volante, agarrose a él, arrellanose en el asiento de cuero, de cuya autenticidad hízome cumplida mención, y allí quedó por cerca de un minuto, como si lo estuviese conduciendo por vías más aceptables que las adoquinadas, huecudas, estrechas y nada rectas calles de esa parte del Callao. Cuando húbose saciado, ahíto de placer, colmado de deleite, reventando de dicha, salió e invitome a ocupar su lugar, cosa que hice sin pérdida de tiempo:
-Siéntate así como yo, Mateo ... ¿no es un asiento confortable? ... Empuña el timón e imagínate yendo por una autopista hecha especialmente para este vehículo ... Puedes alcanzar toda la velocidad que indica aquí en el panel ... -y me señaló los números y agujas de colorines sobre esferas del tablero.-





Cumplido el ritual salí del auto, lo felicité nuevamente, y quedamos en vernos el lunes. Al día siguiente, sábado, iría con su padre a Chimbote a atender sus negocios bolicheriles. Nos despedimos con la calidez habitual y cada cual tomó su rumbo: Juanito hacia la tienda paterna de la Calle Gálvez, y yo, hacia mi casa ubicada en la sexta cuadra de la Calle Libertad, frente a la pulpería del Chino de las Tres Puertas.
¡Cuán raudos y fugaces nos parecen los días de asueto de nuestra adolescencia! Al viernes aquél le siguió el sábado, a éste, el domingo, y al domingo el lunes de reencuentro escolar.
Ese lunes nos levantamos como cada día de colegio, nos aseamos, tomamos desayuno y enfilamos a la Calle Paz Soldán. Todo discurrió acostumbradamente. Los portones estaban abiertos cuando llegamos; los que éramos de secundaria entramos al patio de secundaria por la puerta contigua a la Calle Colón. A la hora indicada sonó el timbre e ingresamos a clases. Hasta allí no distinguimos nada fuera de lo normal, de lo rutinario, de lo repetido, de lo redundante. Si hubiésemos prestado mayor atención habríamos caído en la cuenta que nuestro amigo Lucio estaba ausente y que el rostro de nuestro maestro reflejaba gravedad y tristeza.

Colegio San José Hnos. Maristas-Calle Paz Soldán / Archivo Humberto Currarino-El Callao


-Muchachos – nos dijo el Hermano Pablo Nicolás cuando estuvimos ya en clase –, tengo que comunicarles una lamentable noticia: anoche nuestro compañero Lucio sufrió un accidente mientras regresaba de Chimbote con su padre y otras personas. Su padre falleció instantáneamente e igual ocurrió con sus acompañantes. Iban seis en el carro. Lucio, quien viajaba en el asiento de atrás y dormía en el momento del accidente, se halla grave; le han trepanado el cráneo para intentar salvarlo. De quedar con vida, que así lo anhelamos, lo más seguro será que ya no venga al colegio en lo que queda de año ... Recemos una oración por el eterno descanso de su padre y de las personas que con él fallecieron, y también por la pronta recuperación de nuestro querido compañero.
Habíase repetido lo absurdo de siempre, la inadmisible irresponsabilidad criminal que tantas veces se reitera en las carreteras del Perú: un camión interprovincial tuvo que pararse por inesperada avería. La noche era oscura, impenetrable. Lo estacionaron mal y sin luces ni señales de advertencia ni de peligro. El coche de nuestro amigo se empotró, se incrustó, se clavó por la parte de la carga destrozando el cráneo de sus ocupantes.
Nuestro maestro terminó su alocución y todos juntos concluimos la plegaria. Afuera el patio reflejaba el Sol primaveral de la mañana. Las trepadoras buganvillas enredadas en el fuste de las columnas y en las balaustradas del segundo piso ganaban en color y hermosura. Parecían rojas mariposas recién salidas de su crisálida. Desde varios ángulos del claustro escolar sentíase el canto de los pajaritos anunciándonos el renacimiento de la estación cálida del año. Ese día todo era igual y, simultáneamente, todo fue diferente.


Ricardo E. Mateo Durand
Tartu - Estonia
El Callao - Perú

Jueves 02 de agosto de 2012

Centésimo décimo aniversario natalicio del Hno. Pablo Nicolás, quien vino al mundo con el nombre de José Mata B.

Nació el 02 de agosto de 1902 en Lérida (Cataluña - España)
Vistió hábitos el 25 de julio de 1918
Falleció el 06 de agosto de 1982 en Villa Marista (Chosica - Perú)

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