Para mi Maestro
el Hno. Pablo Nicolás
In memóriam
Fui por aquella época el único compañero dispuesto a escucharlo. Ya fuese
que llegásemos temprano, antes del inicio de las clases, o en los recreos, o a
la salida de cada día del colegio, sobre todo a la hora del almuerzo, nos
juntábamos para caminar, él hacia la tienda de su padre y, al despedirnos, yo
continuaba hacia mi domicilio. Más que un diálogo en el trayecto tenía lugar un
monólogo, que escuchaba poniendo atención en las palabras de mi amigo. A la
altura de la tercera cuadra de Libertad ambos nos despedíamos y acordábamos a
la mañana siguiente reanudar nuestra conversación. A las salidas vespertinas, a
las cinco de la tarde, mi apreciado partidario enrumbaba hacia La Punta. Su
casa quedaba casi llegando al Malecón de la playa, en la misma acera del Cine Majestic, donde antiguamente los
tranvías disponían de unos metros de línea férrea para sacarlos de circulación.
Ahora todo aquello para nosotros ya sólo significa referencia histórica, porque
todo se ha desvanecido en la lontananza del tiempo. Su casa era un inmueble de
dos pisos, con puerta ornamentada de metal, arqueada en el dintel, con escasos
escalones de mármol que remataban en el umbral, y fachada de cemento y balcón
volado en el segundo, donde las enredaderas dábanle un realce de eterna primavera.
Av. Grau 1ra. Cdra. La Punta
/ Archivo: Pepe Torchiani
Plazuela de La Punta 1934
No reviste significación alguna ni viene al caso conocer su gracia, que
podría ser Lucas, Luis, Lucrecio, Lucio, Luscindo, Lucindo, Ludovico, Luciano o
cualquier otro nombre. Para facilitar nuestra narración llamémoslo Lucio. Dejo,
no obstante, consignado que nuestros condiscípulos lo bautizaron con el de Juanito Millones en virtud de que uno de
sus nombres era precisamente el de Juan. Más adelante se verá si fue justo o
injusto el apelativo de Millones, o
si constituyó simple malicia y suspicacia de nuestros camaradas de clase. En
todo caso, cada uno saque sus propias conclusiones.
El padre de nuestro amigo Lucio era hombre joven, muy bien parecido, de
estatura ligeramente superior a la mediana por aquel entonces en El Callao, a
la sazón de unos 40 años, y no mucho mayor que su esposa. La madre de mi
compañero sería, consiguientemente, escasos almanaques menor que su marido. Era
ésta mujer de gran belleza y atractivo, de quien recuerdo su hermosa sonrisa y
la deferencia con que hablaba a los condiscípulos de su hijo. Aludiendo a su
padre, creo no equivocarme si dijera que, conceptuándolo por su trato – aunque
sólo lo vi y saludé pocas veces, cuando de pura casualidad convergíamos en un
punto –, denotaba ser persona afable y educada, diligente, dinámica y
laboriosa. Era dueño de una ferretería ubicada en el Pasaje Gálvez, en la misma
recta de la otra salida de la sacristía de La Matriz, y a poquísimos pasos de
la Farmacia del señor Francia; quedaba frente al Restaurante España y
cerquísima del Bazar Le Bon Marché, comercio éste, de Le Bon Marché, justamente
frontal de la mencionada Farmacia del señor Francia. La tienda paterna exhibía
en la entrada timones, cabos y poleas para embarcaciones, no dejando dudas que
su especialidad era la venta de cadenas, anclas, remaches, cables, rosas
náuticas, sextantes, barómetros, grilletes, templadores, pastecas, motones y
demás utensilios y aparejos propios para la navegación de cabotaje y de altura.
Su espíritu empresarial lo había llevado a ser propietario de bolicheras, las
que cuando no se hacían a la mar se hallaban surtas en el puerto de Chimbote,
realizando sus faenas por aquellas latitudes, por lo que este caballero
distribuíase entre El Callao y el mencionado embarcadero norteño.
Esquina de José Gálvez
(Pasaje Gálvez, en la Plazuela de la Matriz del Callao)
Antigua Farmacia Francia en el Pje. José Gálvez / Archivo Humberto
Curarrino-El Callao
Llevando los genes de sus progenitores, ocioso resultaría agregar que mi
buen amigo Juanito era chico simpático, cortés y comedido. Como nadie hay en
esta existencia sin algún defecto grande o pequeño, el suyo era el de cierta
inmodestia y jactancia en cuanto al inventario de existencias y patrimonio
materiales se tratara. Era excelente catalogando, describiendo, clasificando;
realizando taxonomías de existencias y stocks
como si de especies animales vivas se tratara; elaborando balances, auditorías,
arqueos y cómputo de ingresos comerciales. Mi buen amigo Juanito, pues, tenía
lo que se llama estilo, distinción, clase y finura tanto en el hablar como en
sus movimientos manuales y corporales. La nobleza obliga. Sus manos
complementaban sus palabras ejecutando sosegados giros en el espacio, como si
recitara un poema amoroso, una copla cadenciosa, una plácida estrofa.
Gesticulaba con sobriedad y templanza; reía pero con mesura, y hasta sus
carcajadas brotaban de su boca más bien austeras, frugales, moderadas, como
comprendiéndose a sí mismo, como chanceándose de su propia persona y de sus
ocurrencias. Evitó siempre la estridencia. Frecuentemente sonreíase con
condescendencia y dábame palmaditas fraternales en un brazo, en uno de los
hombros o en las espaldas, expresándome su devoción con un no sé qué de
bonachona, de cordial y artificiosa afectación fortalecida por su presencia
física de muchacho de fina sensibilidad. Mi amigo tenía pelo castaño claro,
casi rubio, ondulado, y la tez blanca rosácea. Casi todo en él era temperancia
y moderación, salvo el contenido de algunos de sus obsesiones.
A modo de ilustración, recuerdo que en cierta oportunidad me hablaba de un
tío suyo, apoderado de cierto conocido banco del Perú:
-Mi tío – me dijo con toda
seriedad y aplomo – renunció a su puesto
gerencial del banco porque sólo ganaba 40 mil soles …
Banco Italiano - Sucursal del Callao - Calle Daniel
Nieto
-¿Cuarenta mil soles mensuales?
-inquirí-,
-Sí, Ricardo: ¡sólo cuarenta mil
soles mensuales! – respondiome enfatizando cada palabra de la frase: ¡sólo cuarenta mil soles mensuales! –,
como si las degustara, las catara, las paladeara y las saboreara con fruición,
a la vez que me miraba de reojo pulsando sus efectos en mi ánimo.
– Claro, Lucio – le agregué llevándole el amén – tu
tío tuvo razón ... ¡ganando tan poco,
¿qué otra cosa podía él hacer sino
renunciar?!
Para que se tenga una idea de la excelencia del sueldo, habiendo pasado ya
tantos años, dejaré constancia que con la quinta parte de aquella cantidad era
para vivir una vida no de rico pero sí desahogada y libre de cualquier reserva,
limitación ni meticulosidad en cuanto a gastos. Con la quinta parte, repito,
perfectamente podíase ser pródigo, y hasta de vez en cuando dárselas de
dispendioso sin sufrir por ello. Definitivamente, mi buen amigo Juanito perdía
piso y proporciones de la realidad chalaca, y hubiera sido fanfarrón y
petulante, lo que en el vocabulario peruano decimos palangana, si no sospechara yo que me hallaba en compañía de un
verdadero mitómano, de un exagerado crónico de buena fe.
Referíase a los cardúmenes de anchovetas, al tonelaje de las embarcaciones
paternas, desembolsos, radio de autonomía e infinidad de sucesos relacionados
con la captura peces y disposición de los tripulantes; a la longitud y costos
de las redes; a las faenas pesqueras y mil otras cosas relativas a la labor de
aprehensión de nuestras anchoas peruanas, traduciéndolo en términos
crematísticos ascendentes a cifras de varios guarismos.
Un buen día casi me saludó diciéndome:
-Ah, Ricardo: mi padre comprará
pronto un nuevo auto ya que el que ahora tenemos ha quedado viejo … Un poco más
y parecerá antediluviano.
Esto decía con naturalidad, así: espontáneamente, con llana franqueza, sin
esfuerzo, entusiasmo ni vehemencia, como resignándose a que este mundo fuera de
esta manera y no de otra, sabiendo que desahuciaba un auto modelo
inmediatamente anterior al año que estábamos.
Yo le llevaba el amén. Me solidarizaba con lo inexorable de su necesidad de
cambio, de la exigencia de la adquisición.
-El auto será, lógicamente, último
modelo, de ésos seditas, cómodos, que parecen que uno volara en ellos, y no el
carretón que ahora tenemos.
Y así fue. Poco después me vino con la noticia que la compra se había
efectuado.
- Mi padre lo compró al chan-chan: un
billete después del otro ... ¡A la
hora del almuerzo te lo enseñaré!
Seguramente lentas, calmosas, tardas para él transcurrieron las horas hasta
que sonó el timbre de mediodía otorgándonos permiso para irnos a casa. Se me
acercó con sonrisa amplia, incapaz de ocultar la dicha que sentía él de
compartirla conmigo. Con toda cordialidad me tomó del brazo y ambos nos
dirigimos a la Calle Lima, que la caminamos en su primera cuadra hasta tomar la
Salaverry y cruzar la Plazuela Gálvez, conocida por este nombre o por el de
Plazuela Dos de Mayo.
Plazuela José Gálvez y Calle Salaverry El Callao
A esa hora todos salían de los trabajos y colegios. Bulliciosa de por sí
aquella arteria central del Callao, contagiando a sus alrededores, cobraba la
especial algarabía tan propia de concentraciones populares, más todavía cuando
colectividades adolescentes y juveniles de ambos sexos se encuentran y alternan
con el albedrío sin prejuicio y valor que da el número, la aglomeración y la
juventud. Los tranvías iban hacia Lima y regresaban hacia La Punta, como los
automóviles, como los colectivos. Los vendedores hacían su agosto, y los
suerteros vendían sus huachitos de la Lotería de Trujillo, de Arequipa, de
Huancayo o de lo que fuera.
Llegados que hubimos a la esquina de Gálvez y Libertad, justo al pie de la
puerta de El Imán, apareció un auto
reluciente, deslumbrante, modernísimo, último modelo. ¿Sería Ford o Chevrolet?,
no sabría confirmarlo, pero sí daba la impresión de recién salido de fábrica,
con cero kilometraje.
Nos paramos ante él. Juanito me miró con ojos sonrientes, felicísimos,
radiantes, mientras que con la diestra mano me lo indicaba. Siguieron unos
segundos, cuántos no sé, de silencio mutuo, en que mi amigo y yo dimos una
vuelta alrededor de automóvil para contemplarlo. Lo miramos, lo observamos, lo
palpamos, lo admiramos. Era éste de color amarillo pato, cautivante, atractivo,
seductor. Luego que lo disfrutamos abrió la puerta del lado del chofer, sentose
frente al volante, agarrose a él, arrellanose en el asiento de cuero, de cuya
autenticidad hízome cumplida mención, y allí quedó por cerca de un minuto, como
si lo estuviese conduciendo por vías más aceptables que las adoquinadas,
huecudas, estrechas y nada rectas calles de esa parte del Callao. Cuando húbose
saciado, ahíto de placer, colmado de deleite, reventando de dicha, salió e
invitome a ocupar su lugar, cosa que hice sin pérdida de tiempo:
-Siéntate así como yo, Mateo ... ¿no
es un asiento confortable? ... Empuña el timón e imagínate yendo por una
autopista hecha especialmente para este vehículo ... Puedes alcanzar toda la
velocidad que indica aquí en el panel ... -y me señaló los números y agujas
de colorines sobre esferas del tablero.-
Cumplido el ritual salí del auto, lo felicité nuevamente, y quedamos en vernos
el lunes. Al día siguiente, sábado, iría con su padre a Chimbote a atender sus
negocios bolicheriles. Nos despedimos con la calidez habitual y cada cual tomó
su rumbo: Juanito hacia la tienda paterna de la Calle Gálvez, y yo, hacia mi
casa ubicada en la sexta cuadra de la Calle Libertad, frente a la pulpería del Chino de las Tres Puertas.
¡Cuán raudos y fugaces nos parecen los días de asueto de nuestra
adolescencia! Al viernes aquél le siguió el sábado, a éste, el domingo, y al
domingo el lunes de reencuentro escolar.
Ese lunes nos levantamos como cada día de colegio, nos aseamos, tomamos
desayuno y enfilamos a la Calle Paz Soldán. Todo discurrió acostumbradamente. Los
portones estaban abiertos cuando llegamos; los que éramos de secundaria
entramos al patio de secundaria por la puerta contigua a la Calle Colón. A la
hora indicada sonó el timbre e ingresamos a clases. Hasta allí no distinguimos
nada fuera de lo normal, de lo rutinario, de lo repetido, de lo redundante. Si
hubiésemos prestado mayor atención habríamos caído en la cuenta que nuestro
amigo Lucio estaba ausente y que el rostro de nuestro maestro reflejaba
gravedad y tristeza.
Colegio San José Hnos.
Maristas-Calle Paz Soldán / Archivo Humberto Currarino-El Callao
-Muchachos – nos dijo el Hermano
Pablo Nicolás cuando estuvimos ya en clase –, tengo que comunicarles una lamentable noticia: anoche nuestro compañero
Lucio sufrió un accidente mientras regresaba de Chimbote con su padre y otras
personas. Su padre falleció instantáneamente e igual ocurrió con sus
acompañantes. Iban seis en el carro. Lucio, quien viajaba en el asiento de
atrás y dormía en el momento del accidente, se halla grave; le han trepanado el
cráneo para intentar salvarlo. De quedar con vida, que así lo anhelamos, lo más
seguro será que ya no venga al colegio en lo que queda de año ... Recemos una
oración por el eterno descanso de su padre y de las personas que con él fallecieron,
y también por la pronta recuperación de nuestro querido compañero.
Habíase repetido lo absurdo de siempre, la inadmisible irresponsabilidad
criminal que tantas veces se reitera en las carreteras del Perú: un camión
interprovincial tuvo que pararse por inesperada avería. La noche era oscura,
impenetrable. Lo estacionaron mal y sin luces ni señales de advertencia ni de
peligro. El coche de nuestro amigo se empotró, se incrustó, se clavó por la
parte de la carga destrozando el cráneo de sus ocupantes.
Nuestro maestro terminó su alocución y todos juntos concluimos la plegaria.
Afuera el patio reflejaba el Sol primaveral de la mañana. Las trepadoras
buganvillas enredadas en el fuste de las columnas y en las balaustradas del
segundo piso ganaban en color y hermosura. Parecían rojas mariposas recién
salidas de su crisálida. Desde varios ángulos del claustro escolar sentíase el
canto de los pajaritos anunciándonos el renacimiento de la estación cálida del
año. Ese día todo era igual y, simultáneamente, todo fue diferente.
Ricardo E. Mateo Durand
Tartu - Estonia
El Callao - Perú
Jueves 02 de agosto de 2012
Centésimo décimo aniversario
natalicio del Hno. Pablo Nicolás, quien vino al mundo con el nombre de José
Mata B.
Nació el 02 de agosto de 1902 en Lérida (Cataluña - España)
Vistió hábitos el 25 de julio de 1918
Falleció el 06 de agosto de 1982 en Villa Marista (Chosica - Perú)
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