POPOTITOS
I
Lucas se había acostado conforme las reglas
del Colegio Militar lo estipulaban, a las 10:00 PM, pero era una ocasión
especial, era la Semana Leonciopradina, y al día siguiente tendría lugar la
inauguración de las Olimpiadas internas del colegio. Los cadetes trasnochaban
preparando las pancartas, disfraces, vestimentas deportivas para la promoción,
éstas, a falta de dinero, se conseguían con el teñido de los biviríes que los
cadetes usaban como prenda interior. Todo era un jolgorio. Algunos inclusive,
aprovechando del relajo, habían logrado introducir algunas botellas de licor,
por supuesto prohibidas en el colegio.
!!!BUUUMMMMM…!!!, resonó de
repente un tremendo petardo,... Si, era un cohetón que un condiscípulo le había
arrojado en su cama,... Se despertó sobresaltado y furioso:
¡Conche’su madre, ¿quién fue
carajo…?! -Gritaba Lucas colérico-. Todos reían a carcajadas. ...
- ¡Ya, no jodas... y ven a
divertirte, huevón! -le respondieron-.
Sólo atinó a contestar
¡¡¡Puta madre!!! … ¡¡¡cómo joden...!!!,
-y se recostó nuevamente, aunque ya no podría conciliar el sueño-.
Con gran entusiasmo, sus
compañeros prosiguieron con la tarea de preparación del corso del día
siguiente, continuando hasta altas horas de la noche.
II
Las tribunas del estadio
estaban repletas. Lógicamente, los tres años ocupaban sus respectivos lugares
por orden de antigüedad: los Perros (3er. año) a un lado; los Chivos (4to.) y
las Vacas (5to), en el otro extremo de la tribuna; todos ellos arengando a su
respectiva promoción. Se escuchaban silbidos, gritos, y sobre todo las
inconfundibles bombitas, que caracterizaban a las barras del Colegio Militar.
Era tradicional en el
colegio, las encarnizadas competencias de atletismo. Podría decirse que el CMLP
contaba entre sus filas a prestigiosos atletas escolares, quienes además de
recibir instrucción, recibían un trato muy especial, como salidas
extraordinarias, además de un buen rancho y otras gollerías...
La competencia estaba por
empezar, era una prueba de resistencia: 1,500 metros planos. Se encontraban en
el partidor los mejores exponentes para la prueba. Las promociones gritaban y
gritaban ... Bombitas y más Bombitas. Los atletas, nerviosos, esperaban la orden
de los jueces para dirigirse al partidor. En un momento dado, apareció, con su
cuerpo característico, pequeñito, delgado, muy delgado, por ese motivo se había
ganado un apodo especial, sus compañeros le decían Popotitos, por sus piernas
como un par de carricitos, como rezaba la canción. Usando doble camiseta, que
le flameaban como bandera, se acercó a los jueces y se inscribió como uno más
en tremenda prueba.
En la tribuna, se escucharon
gritos de desaprobación en su promoción, eran los Chivos de la XXIV, quienes no
podían creerlo…
- ¡¿Qué hace ese huevón
allí?! … ¡¡¡Carajo...!!!,... ¡¡¡Sáquenlo,... sáquenlo!!! -se escuchaba-.
Y seguían gritando:
- ¡Ta’mare…! Ese huevón no
va a llegar nunca …¡¡Sáquenlo..!! -seguían vociferando-.
Ya en la partida, los atletas
nerviosos esperaban la orden. Uno a uno fueron ocupando sus puestos. Eran dos
por promoción, y era también muy notoria la diferencia muscular de Popotitos
con el resto de competidores; sin embargo, con sus tremendos lentes, su camiseta flameando, ocupó el sitio que le
correspondía en el partidor y, muy lejos de amilanarse, esperaba muy quieto.
Sólo se observaba su gran concentración en la espera del disparo del juez de
competencia.
Al escuchar el disparo, salieron raudos los
seis competidores. Era una carrera muy reñida. Los mejores exponentes, según se
pensaba, se medían entre ellos, no arriesgando ni tratando de sacar ventaja.
Eran las primeras de 4 vueltas a la pista de atletismo. Todos iban parejos.
Popotitos pasaba totalmente desapercibido. Paradójicamente, estaba en la
delantera, aunque sus competidores no le prestaban atención. Él seguía la
carrera, y entre los más destacados, sobre todo parejo al campeón del colegio
(5to año) y al mejor de 4to... hasta ese momento, claro. Continuaban
midiéndose, sin percatarse siquiera del pequeño que a esas alturas de la
competencia les llevaba la delantera.
Se aproximaban ya a la
última vuelta. Los campeones empezaron a ajustase entre ellos. Popotitos seguía
adelante, sin mirar atrás. Seguía y seguía. Empezó a sentir el esfuerzo, pero
seguía. Sus piernas empezaron a temblar. El aire enrarecido entraba en sus
pulmones como lenguas de fuego. Sintió que no podía más, de repente, tomó un
ultimo impulso, y con un esfuerzo descomunal logró
sobreponerse. Siguió adelante, y con su último aliento persistía siendo el
primero a pocos metros de la meta. Faltaban 30, 20 metros, y seguía adelante.
Sus compañeros en la tribuna,
sorprendidos ante tal hazaña, rugían al costado de la pista. Se
escuchaba a dos de sus compañeros: el panameño Favio y al Chato Richard que le gritaban:
- ¡Sigue conchetu’mare…sigue
conchetu´mare…! ¡Dale carajo, dale
carajo…!
Y llegó. Llegó con el
corazón en la mano, a punto de desfallecer, pero con una sonrisa inmensa, la
que brinda el placer de la victoria. En sus asientos, los su promoción
estallaron en un grito de júbilo. Rompieron la formación en la tribuna y
corrieron a brindarle el saludo que se les da a los campeones. Lo levantaron en
hombros y esa escena quedó grabada en todos nosotros como signo de superación,
esfuerzo y amor por su querida promoción, la XXIV de Colegio Militar Leoncio
Prado.
Quedó en nuestro pensamiento
el recuerdo imborrable de su pequeña figura, de su extraordinaria actuación en
esa competencia, y, sobre todo, el inmenso coraje y tremendo corazón que lo
llevó a la victoria.
Muchos ni sabían su nombre.
Con gran cariño lo empezaron a llamar desde ese triunfal día Mil quinientos,
así, a secas.
III
Hola mi hermano… ¿cómo
estás? … ¡Pasa!, ¡Pasa...! -repetía el
anfitrión. Uno a uno iban llegando a la casa: una bonita casa en Boca Ratón, en
Florida, donde habían acordado reunirse para rememorar tantas gratas vivencias
que habían tenido lugar hace más de cuarenta años. Era un grupo muy singular:
alrededor de cinco o seis ex alumnos de la XXIV promoción, quienes
periódicamente se reunían para tomarse unos tragos y pasar un buen momento
conjuntamente con sus esposas. En esta ocasión, se recibía a un gran amigo, al
que no se le veía desde hacía muchos años, y era un buen motivo para darse una
buena comilona.
Tocaron la puerta, al entrar
el invitado se sorprendió; se le veía algo entrado en años, pero con su
seriedad característica, sobre todo con algunos mechones menos. Se fueron
saludando cariñosamente uno a uno:
- Hola … ¿cómo estás?,...
¡estás igualito…!
Lucas sonrió y sólo atinó a
darle un fuerte abrazo. De repente el visitante volteó y quedó frente a él,
aturdido. Lo miró por un momento: alto, delgado sin cabello, pero con sus
lentes inconfundibles. El visitante le preguntó :
- ¡Disculpa...! ¿Tu nombre…?
Al responderle,
nuevamente el visitante preguntó:
- ¿Mil quinientos? , ¿Popotitos? …
- ¡Sí!, -le contestó- …
¡¡Soy yo…!! ,
Y se estrecharon en un fuerte
abrazo, un abrazo que los asistentes asintieron con una sonrisa de
satisfacción. Después de cuarenta años volvían a rememorar tantos bellos
momentos inolvidables que sólo los leonciopradinos, creo, podemos jactarnos con
orgullo: esa satisfacción de los momentos de triunfo, camaradería y sobre todo
unión que persevera a través de los años.
Terminando el agasajo, uno a
uno fueron despidiéndose, con mucha nostalgia por supuesto. Cada cual
retornaba a su propio mundo, no sin
antes recordar con orgullo la letra de nuestro himno:
Leonciopradinos:
alto el pensamiento, como
una bandera,
encendida el alma, como azul
hoguera,
recio el corazón…Hugo Pazos
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