jueves, agosto 9

Narraciones Porteñas : Popotitos


POPOTITOS

I

 Lucas se había acostado conforme las reglas del Colegio Militar lo estipulaban, a las 10:00 PM, pero era una ocasión especial, era la Semana Leonciopradina, y al día siguiente tendría lugar la inauguración de las Olimpiadas internas del colegio. Los cadetes trasnochaban preparando las pancartas, disfraces, vestimentas deportivas para la promoción, éstas, a falta de dinero, se conseguían con el teñido de los biviríes que los cadetes usaban como prenda interior. Todo era un jolgorio. Algunos inclusive, aprovechando del relajo, habían logrado introducir algunas botellas de licor, por supuesto prohibidas en el colegio.
!!!BUUUMMMMM…!!!, resonó de repente un tremendo petardo,... Si, era un cohetón que un condiscípulo le había arrojado en su cama,... Se despertó sobresaltado y furioso:
¡Conche’su madre, ¿quién fue carajo…?! -Gritaba Lucas colérico-. Todos reían a carcajadas. ...
- ¡Ya, no jodas... y ven a divertirte, huevón! -le respondieron-.
Sólo atinó a contestar ¡¡¡Puta madre!!! … ¡¡¡cómo joden...!!!,  -y se recostó nuevamente, aunque ya no podría conciliar el sueño-.
Con gran entusiasmo, sus compañeros prosiguieron con la tarea de preparación del corso del día siguiente, continuando hasta altas horas de la noche.

II
Las tribunas del estadio estaban repletas. Lógicamente, los tres años ocupaban sus respectivos lugares por orden de antigüedad: los Perros (3er. año) a un lado; los Chivos (4to.) y las Vacas (5to), en el otro extremo de la tribuna; todos ellos arengando a su respectiva promoción. Se escuchaban silbidos, gritos, y sobre todo las inconfundibles bombitas, que caracterizaban a las barras del Colegio Militar.
Era tradicional en el colegio, las encarnizadas competencias de atletismo. Podría decirse que el CMLP contaba entre sus filas a prestigiosos atletas escolares, quienes además de recibir instrucción, recibían un trato muy especial, como salidas extraordinarias, además de un buen rancho y otras gollerías...
La competencia estaba por empezar, era una prueba de resistencia: 1,500 metros planos. Se encontraban en el partidor los mejores exponentes para la prueba. Las promociones gritaban y gritaban ... Bombitas y más Bombitas. Los atletas, nerviosos, esperaban la orden de los jueces para dirigirse al partidor. En un momento dado, apareció, con su cuerpo característico, pequeñito, delgado, muy delgado, por ese motivo se había ganado un apodo especial, sus compañeros le decían Popotitos, por sus piernas como un par de carricitos, como rezaba la canción. Usando doble camiseta, que le flameaban como bandera, se acercó a los jueces y se inscribió como uno más en tremenda prueba.
En la tribuna, se escucharon gritos de desaprobación en su promoción, eran los Chivos de la XXIV, quienes no podían creerlo…
- ¡¿Qué hace ese huevón allí?! … ¡¡¡Carajo...!!!,... ¡¡¡Sáquenlo,... sáquenlo!!!  -se escuchaba-.
Y seguían gritando:
- ¡Ta’mare…! Ese huevón no va a llegar nunca …¡¡Sáquenlo..!! -seguían vociferando-.
Ya en la partida, los atletas nerviosos esperaban la orden. Uno a uno fueron ocupando sus puestos. Eran dos por promoción, y era también muy notoria la diferencia muscular de Popotitos con el resto de competidores; sin embargo, con sus tremendos lentes,  su camiseta flameando, ocupó el sitio que le correspondía en el partidor y, muy lejos de amilanarse, esperaba muy quieto. Sólo se observaba su gran concentración en la espera del disparo del juez de competencia.
Al escuchar el disparo, salieron raudos los seis competidores. Era una carrera muy reñida. Los mejores exponentes, según se pensaba, se medían entre ellos, no arriesgando ni tratando de sacar ventaja. Eran las primeras de 4 vueltas a la pista de atletismo. Todos iban parejos. Popotitos pasaba totalmente desapercibido. Paradójicamente, estaba en la delantera, aunque sus competidores no le prestaban atención. Él seguía la carrera, y entre los más destacados, sobre todo parejo al campeón del colegio (5to año) y al mejor de 4to... hasta ese momento, claro. Continuaban midiéndose, sin percatarse siquiera del pequeño que a esas alturas de la competencia les llevaba la delantera.
Se aproximaban ya a la última vuelta. Los campeones empezaron a ajustase entre ellos. Popotitos seguía adelante, sin mirar atrás. Seguía y seguía. Empezó a sentir el esfuerzo, pero seguía. Sus piernas empezaron a temblar. El aire enrarecido entraba en sus pulmones como lenguas de fuego. Sintió que no podía más, de repente, tomó un ultimo  impulso, y  con un esfuerzo descomunal logró sobreponerse. Siguió adelante, y con su último aliento persistía siendo el primero a pocos metros de la meta. Faltaban 30, 20 metros, y seguía adelante. Sus compañeros en la tribuna,  sorprendidos ante tal hazaña, rugían al costado de la pista. Se escuchaba a dos de sus compañeros: el panameño Favio  y al Chato Richard que le gritaban:
- ¡Sigue conchetu’mare…sigue conchetu´mare…!  ¡Dale carajo, dale carajo…!
Y llegó. Llegó con el corazón en la mano, a punto de desfallecer, pero con una sonrisa inmensa, la que brinda el placer de la victoria. En sus asientos, los su promoción estallaron en un grito de júbilo. Rompieron la formación en la tribuna y corrieron a brindarle el saludo que se les da a los campeones. Lo levantaron en hombros y esa escena quedó grabada en todos nosotros como signo de superación, esfuerzo y amor por su querida promoción, la XXIV de Colegio Militar Leoncio Prado.
Quedó en nuestro pensamiento el recuerdo imborrable de su pequeña figura, de su extraordinaria actuación en esa competencia, y, sobre todo, el inmenso coraje y tremendo corazón que lo llevó a la victoria.
Muchos ni sabían su nombre. Con gran cariño lo empezaron a llamar desde ese triunfal día Mil quinientos, así,  a secas.


III

Hola mi hermano… ¿cómo estás? … ¡Pasa!, ¡Pasa...!  -repetía el anfitrión. Uno a uno iban llegando a la casa: una bonita casa en Boca Ratón, en Florida, donde habían acordado reunirse para rememorar tantas gratas vivencias que habían tenido lugar hace más de cuarenta años. Era un grupo muy singular: alrededor de cinco o seis ex alumnos de la XXIV promoción, quienes periódicamente se reunían para tomarse unos tragos y pasar un buen momento conjuntamente con sus esposas. En esta ocasión, se recibía a un gran amigo, al que no se le veía desde hacía muchos años, y era un buen motivo para darse una buena comilona.
Tocaron la puerta, al entrar el invitado se sorprendió; se le veía algo entrado en años, pero con su seriedad característica, sobre todo con algunos mechones menos. Se fueron saludando cariñosamente uno a uno:
- Hola … ¿cómo estás?,... ¡estás igualito…!
Lucas sonrió y sólo atinó a darle un fuerte abrazo. De repente el visitante volteó y quedó frente a él, aturdido. Lo miró por un momento: alto, delgado sin cabello, pero con sus lentes inconfundibles. El visitante le preguntó :
- ¡Disculpa...!  ¿Tu nombre…?
Al  responderle,  nuevamente el visitante preguntó:
 - ¿Mil quinientos? ,  ¿Popotitos? …
- ¡Sí!, -le contestó- … ¡¡Soy yo…!! ,
Y se estrecharon en un fuerte abrazo, un abrazo que los asistentes asintieron con una sonrisa de satisfacción. Después de cuarenta años volvían a rememorar tantos bellos momentos inolvidables que sólo los leonciopradinos, creo, podemos jactarnos con orgullo: esa satisfacción de los momentos de triunfo, camaradería y sobre todo unión que persevera a través de los años.
Terminando el agasajo, uno a uno fueron despidiéndose, con mucha nostalgia por supuesto. Cada cual retornaba  a su propio mundo, no sin antes recordar con orgullo la letra de nuestro himno:

Leonciopradinos:

alto el pensamiento, como una bandera,
encendida el alma, como azul hoguera,
recio el corazón…


Hugo Pazos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...