ARROZ
CON PISCO
Escribir relatos es tarea
especialmente gratificante y recompensa con creces el esfuerzo desplegado.
Dedicarse a las memorias no significa componer textos volátiles, puros,
asépticos ni impalpables, que se hallen inmaculados ni en los aires, como
levitando, sino arrancar del pasado personas, circunstancias, eventos, sucesos
reales relegados, y reproducirlos en lo posible con sus sabores, olores,
colores, pesos y medidas para aquéllos que los conocieron y quizás los
olvidaron, o para aquéllos que no tuvieron noticia de esos lejanos personajes y
accidentes, hace muchísimo tragados por el tiempo, que ahora traemos a la vista
de quienes nos leen.
Para el cumplimiento de nuestro
propósito tanto mejor cuanto con más fuerza quedaron guardados en nuestro
interior; tanto más acabada la crónica cuando más conservamos las facultades
psíquicas por medio de las cuales se retiene y recuerda el pasado, puesto que
debemos regresarlos a nuestro mundo de hoy, revivirlos sobre el papel con la
mayor expresividad que seamos capaces. No nos referimos a entes hipotéticos,
supuestos ni imaginarios sino a gente de carne y hueso, cuyo parecido con
personas vivas o muertas no siempre son pura coincidencia, como el caso que
ahora nos ocupa. Precisamente por esto nuestro trabajo lleva consigo riesgos:
nunca faltará un hijo, un nieto o algún descendiente o deudo ofendidos,
predispuestos al disgusto, algún pariente quisquilloso. Digámoles a ellos, sin
embargo, que no abrigamos afán de censura ni desaprobación; ni siquiera la más
mínima animosidad, y menos de recriminación ni vituperio. Al contrario: nos
anima simpatía, y hasta apego para con estas personas. A continuación me
referiré a Arroz con Pisco, dejando constancia y testimonio expresos que
no se trata de ningún plato de la gastronomía peruana. Dicho lo dicho vayamos a
Arroz
con Pisco...
... Que no era otro sino uno
de los inspectores y vigilantes de disciplina que hubo en el Colegio Italiano
Santa Margarita del Callao. Como no podía ser de otra manera, era raro el
maestro o funcionario que pasara por la existencia sin su respectiva chapa.
Empezando por Cabeza de Toro – Antonio Soldano –, nuestro distinguido
director, que fue persona excelente. Así lo llamaban: Cabeza de Toro, o Toro
a secas, por la sencilla razón que descollaba por sus dimensiones
considerables, sin que significara que fuera contrahecho, ¡no!: Cabeza
de Toro no tenía nada de fenómeno ni de monstruoso. La nómina
continuaba con los demás profesores, como Pan de Familia – Jorge Lizarbe
Valiente –, Panadero – Marciano Méndez Contreras –, Garlopín – Víctor Delfín
Ramírez–, Beethoven – Augusto del Prado Pacheco –, etc. Arroz
con Pisco cumplía sus funciones en colaboración de Burranca u Ojo
de Toro, que era el mismo caballero: dos sobrenombres distintos y un
mismo señor verdadero. Lo de Burranca le venía por analogía
gráfica y, por tanto, por la similitud fónica, por la afinidad prosódica, por
compadrazgo lingüístico y semejanza fonética con su apellido; y, Ojo
de Toro, porque hacía gala de unos globos oculares que parecían
querérseles salir de sus órbitas, como si el personaje estuviera pujando por
estítico, por añejo estreñimiento, por endémica astringencia. Ese par de
luceros visuales daban impresión de súbito, inesperado e intensísimo descargón
de energía galvánica por sentarse sobre retrete eléctrico cortocircuitado,
desasosegado como manifestábase por desembarazarse de tamaño lastre
defecatorio.
Fachada
principal de la Escuela Santa Margarita del Callao
(Colegio
Italiano, Calle Alberto Secada)
Antes de continuar, dejo
también testimonio que, según la Real Academia de la Lengua del Callao, se
permite la grafía tanto de Arroz con Pisco como de Arrozconpisco,
porque ambas variantes fueron sancionadas y aceptadas por los chalacos: Vox pópuli, vox Dei.
El héroe de nuestra
historia, pues, Arroz con Pisco, era hombre término medio: ni alto ni bajo, ni
gordo ni flaco, ni fuerte ni débil, ni rápido ni lento, ni listo ni molondro.
Nada de extremos ni radicalismos. Eso sí: honrado a carta cabal. Aunque hijo
del mero pópolo, viéndolo de semiperfil tenía un aire de distinción, de
refinado porte personal, cierto parecido con Vittorio Emanuele lll. No poseía
cabeza de zapallo ni de calabaza ni de sandía ni de melón; ni hexagonal ni
paralelepípeda ni cuadrada ni poliédrica hacia abajo ni hacia arriba. Tampoco
especificaré si se trataba de simple testa dolicocéfala, braquicéfala ni
mesocéfala, pero sí preciso que estaba coronada por cabellos canos, ya ralos
porque a la sazón hacía rato habían iniciado emigración hacia otras latitudes,
¿cuáles?, no se sabe. De ascendencia italiana, habíase residenciado con su
propia familia en el tantas veces nombrado y renombrado Barrio de
Paita-Libertad, para feliz memoria, donde era jefe de úberrima prole: entre
varones féminas, entre bambini e ragazze,
tenía como ocho. Su consorte fue digna señora, trabajadora como ella sola.
Ayudándose de su Singer, se le veía siempre cercana a uno de los ventanales de
su casa, no para husmear vidas ajenas ni rajar de las vecinas ni testimoniar
cosas que nunca ocurrieron, sino para que la luz del Astro Rey iluminara sus
pespuntes e hilvanados, como que faenaba de Sol a Sol en corte y confección de
ropa, y en zurcidos, remendados y parchados para ingresos y beneficio de la
familia.
Plazuela
de Paita-Libertad (El Callao)
A las entradas y salidas del
colegio, entre recreos, Arroz con Pisco paseábase por el
patio resguardando la disciplina y el orden, que buena falta hacía con los
educandos del Colegio Italiano y con los educandos de todos los colegios del
mundo. Caminaba cabizbajo, como meditando, como reflexionando, ensimismado,
abstraido en no sé qué filosofías. Desplazábase con la derecha suelta,
sujetándosela por detrás con la mano izquierda, cuyo brazo pasaba por las
espaldas. En la diestra mano sujetaba un madero charolado, con agujero redondo
en uno de sus extremos por el que podíasele pasar pita para eludir pérdidas,
pero aún sin cordón jamás se le extravió. Debido a que se trata de
importantísima pieza didáctica dedicaremos unas líneas en describirla.
Más que listón o madero a
secas era vara o estaca, de color marrón. Imagínensela de un codo de longitud,
por dos pulgadas de ancho y unos tres centímetros de espesor. Las aristas
superiores habían sido cercenadas, rebajadas, atenuadas a todo lo largo, por lo
que la tranca tenía la apariencia de ataúd para anguila o cienpiés, si es que
hubo alguna vez catafalco para tales animalejos. Queda claro que nos referimos
a un garrote disciplinario, sancionador, punitivo, para varapalazos
contundentes, que de haber llevado divisa habría sido la de por la sinrazón o
la fuerza.
La
letra con sangre entra ...
Quien
bien te quiere te hará llorar
(máximas
antiguas)
Cuando no era momento de
asueto y las clases tenían lugar, Arroz con Pisco de manera parecida
como en los recreos, filosofando, discurría por los corredores del colegio
solo, sólo que en estas circunstancias la cachiporra hallábase ora en absoluto
reposo, ora meciéndose como Péndulo de Foucault, esperando mejores tiempos
dónde acorporar.
Una de las características
más saltantes de nuestro biografiado era el perenne cigarrillo, que casi nunca
se separaba de sus labios, Inca, para el diario, y Nacional
Presidente, para los fiestas de guardar, sucesos notables o efemérides
patrias. Daba la impresión de haber nacido no con el dedo pulgar en la boca,
como vienen al mundo algunas criaturas, sino con pucho, que, como la zarza que
vio Moisés en el Monte Sinaí, tenía la virtud de no consumirse jamás. En
realidad sí se extinguía, pero cuando esto estaba ocurriendo era reemplazado
dialécticamente por otro cilindrin que, como los magos, prestidigitadores e
ilusionistas, no se sabe de dónde extraía. Ya que llegamos a punto de tan de
capital importancia, dejemos constancia histórica de aparejo sine qua non no era posible fumarse
hasta la última hebra y molécula de tabaco, que no era otro que las uñas del
pulgar, índice y cordial de la mano derecha. Describámolas en párrafo aparte.
Para que se tenga idea de lo
que deseo reseñar, diré que las uñas restantes de los dedos del diestro remo, o
sea la del anular y la del meñique, al igual que los de los cinco dedos de la
mano izquierda, eran regulares, normales, uniformes, parejas. Cumplían
completamente las normas de cualquier institución decente. Decente y docente.
Mas, las mencionadas del pulgar, índice y cordial de la diestra habían crecido
también uniformes y homogéneas, pero extendiéndose unos cuatro centímetros, por
lo muy menos, como las de Fu man-chú, las mismas que Arroz con Pisco utilizaba
a modo de pinzas o tenacillas para sujetar la incandescente brizna incaria o
nacionalpresidencial expelente del último suspiro tabacalero. Eran fuertes,
recias, poderosas, de color amarronado, acastañado oscuro, nicotinado hasta el
último átomo, hasta sus protones y electrones más recónditos, hasta las últimas
partículas subatómicas; como charoladas con barniz indeleble aplicado de una
vez y para siempre. Cualquier cóndor, gavilán, halcón o ave rapaz y carroñera
de Costa, Sierra o Selva habría ambicionado éstas, se las habría envidiado, se
las habría codiciado, las habrían ansiado para ellos mismos: no habría habido
conejo, reptil ni alimaña que se escaparan de tales garras, de tales
excrecencias y protuberancias queratinosas.
Estando con el puchito en
funciones las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y las
trescientas sesenta y cinco jornadas del año, incluido el adicional de los
bisiestos, desde los pliegues del alma Arroz con Pisco despedía intenso,
penetrante y fétido olor a tabaco, arrojados por todos los poros corporales,
por todos los orificios de su humanidad, como si de charqui serrano se tratara.
De la misma manera como en la lejanía se divisa el fogonazo del disparo antes
que nos llegue la detonación, así también, desde los confines más remotos del
Colegio Italiano Santa Margarita del Callao percibíase el hedor del fumador
minutos antes que éste se hiciese presente, hediondez acentuada por el otro
elemento que nos queda por revelar: pisco de a dos por medio la mulita,
adquirido en la pulpería del Chino de las Tres Puertas o en cualquier otra
taberna sacarronchera, urticarienta y muertelentera del Callao.
Pulpería
de El Chino de las Tres Puertas
Entrada
de la Calle Libertad
Arroz con Pisco era
por entonces hombre de edad. Tenía la tez blanca, rosada, rostro casi colorado,
sobre todo los pómulos y la nariz. Lucía áureo bigote a lo Chaplin, en su caso
azafranado por el alquitrán y la nicotina. Vestía traje color azul claro a rayas
blancas: trazos delgadísimos, desvanecidos ya, por el paso del tiempo, languidecidos
por el uso, desgastados por alegrías y desengaños, desleídos por la luz solar y
lunar. En los recodos de mis evocaciones de adolescencia lo veo deslizarse
entre escenas fantasmales, como la sombra del padre de Hamlet, pero con puchazo
entre los labios, o muy bien sujeto entre las tenazas dactilares, sin quemarse
las yemas, asegurado al máximo para que no se lo arrebatara fuerza alguna, ni
siquiera diabólica, aunque sólo para eso Mefistófeles viniera a este mundo. Lo
veo con su regla disciplinaria, sujetándose el brazo derecho con la mano del
izquierdo pasada por detrás de la espalda, filosófico él, como especulando
intrincados pensamientos metafísicos ascendentes a los santos cielos en las
volutas de humo.
Hemos hablado de tabaco y de
pisco relacionándolos con nuestro héroe chalaco ... ¿y lo de Arroz?
... Las arduas y profundas búsquedas llevadas a cabo para aclarar este punto
sólo han arrojado que en el Colegio Italiano Santa Margarita del Callao lo
bautizaron con el epíteto de Arroz por ser blanco de piel, y
popular, muy popular: producto alimentario sencillo, habitual y corriente que
junta y combina en muchos y diferentes platos.
Un día, hace ya decenios,
recibí carta del Callao. Miro el sobre contento, lo rasgo y abro. Extraigo el
mensaje, lo leo y me entero con tristeza:
- Pupo: te contaré que acaba de fallecer Arroz con Pisco ... Estaba bebiendo sus mulitas en una chingana
chalaca y dos de sus amigos se trenzaron en trifulca para determinar quién de
ellos tenía la razón sobre un asunto que se suscitó no se sabe cómo ... Parece
que comentaban sobre fútbol y surgió la controversia. Fue una de esas
discusiones de cantina, esas peleas sin ton ni son ... Arroz con Pisco quiso arbitrar, interponer sus buenos oficios,
terciar para separarlos, hacer un llamamiento a la calma y a la concordia para
evitar que esos energúmenos se hicieran daño, y una coz perdida le quebrantó
las pelotas, muriendo como consecuencia del patadón. Hasta el momento que te
escribo, la policía sigue investigando si fue puntazo, tacazo, tacle o
rodillazo lo que le metieron, así como también cuál de los huevos recibió el
golpe resultando más comprometido, si el derecho o el izquierdo, o el par por
igual. Independientemente a las pesquisas que las autoridades dicen llevar a
cabo, con muestras de dolor de todo Libertad y de los barrios aledaños,
anteayer lo enterraron en el Baquíjano y Carrillo, no recuerdo si en el Cuartel
de San Baco o en el de San Dioniso (Dionysos en griego antiguo), nicho D-3. Un
día de estos iré a llevarle flores. Es todo por ahora. Cuídate ... ¡Chau!
¡Requiescat in Pace, Arroz con
Pisco!
Ricardo E. Mateo Durand
El Callao - PerúTartu - Estonia
Jueves 02 de agosto de 2012
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