domingo, abril 8

Narraciones Porteñas : Calles Paralelas


CALLES PARALELAS

Si el gran Plutarco (50-125 d.n.e.) -no me refiero a Plutarco de Atenas (350-432) ni a Plutarco de Alejandría (m 202), sino a Mestrio Plutarco de Querona, el nacido en Beocia y autor de Vidas Paralelas-, que fue tan excelente viajero, hubiera visitado El Callao, sin duda, arrancando desde el Puerto y Malecón-Dársena sus pasos lo habrían dirigido a La Plaza de la Independencia y a La Fortaleza del Real Felipe, y hubiera gozando del rumor de la fuente, a la que por milagro divino hasta ahora a ningún alcalde se le ha ocurrido sacar ni reemplazarla con placa alusiva a su propia persona. Seguiría adelante, examinando murallas, troneras y almenares del Rodil, con su soberbio foso que siempre estuvo en sequía, si bien boyante de lagartijas y alacranes. Midiendo la Calle Lima, sin que pasara desapercibido cuanto de largo, ancho y alto posee ésta, se habría aventurado por sus salvacoches y bocacalles. Canillitas opantorrilludos de entonces habrían querido venderle periódicos o algún huachito de la suerte cobradero el Día del Juicio. Los comisionistas o jalagente de los negocios aledaños a la RENIEC lo habrían acorralado para tomarle fotos o endosarle portacarnets o lo que fuere. Los niños y niñitas alquilados, famélicos consuetudinarios, habríanlo cercado para que les diera limosnita, o comprara chicles y sublimes, que no saben ya a chocolate sino a grasa indefinida.
Plazuela Grau 1960 / Archivo Humberto Curarrino - Callao
Reanudando odisea imaginaria del famoso Plutarco, siempre con la mano puesta sobre la faltriquera cuidándose óbolos y dióbolos; dracmas, estáteras y demás metales crematísticos, daríamos por hecho que en su inicial derrotero hubiera felizmente arribado a los confines de su primera cuadra, teniendo la Calle Teatro con la Mar Brava a la diestra, y la de Salaverry, con vecindad del Terminal Sur, a la siniestra. A una braza cuasi esquinera dáse con finca que antaño fue estanco del ron y hogaño sede de un gremio, colindante con la cafetería de Víctor Zapata. Su peregrinaje lo enrrumbaría por La Plazuela Gálvez, en uno de cuyos recodos y meandros miccionales y defecatorios se habría dado de narices con la Calle Pachitea que, luego de desaparecido el Pasaje Ríos por ignorancia alcalduna, detenta el primer lugar en cuanto a nimiedad extensiva. En efecto, Pachitea fue residencia de una sola familia y sede de un establecimiento: lechería, que tenía segunda puerta en Miller, salita limpia, aireada, con mesas de metal ornamentado y tableros de mármol, que olía a nata hervida, a mantequilla, quesos y café, como que con sólo cruzar la Calle Miller e ir a la acera de enfrente Leticia panificaba hogazas de agua o de manteca, pasteles y panes dulces con pasas, budines exquisitos. Al lado de Leticia recuperábanse papalindos lisiados y muñequitas de biscuí. Dando un paso lateral, lucían letreros dos celebérrimas funerarias.
Plaza Galvez, ex Dos de Mayo / Archivo Humberto Curarrino - Callao



Plazuela Galvez con fondo de la Calle Salaverry / Archivo Humberto Curarrino – Callao
Calle Salaverry con Calle Lima / Archivo Humberto Curarrino - Callao

Volvamos a la casa de la Calle Pachitea. Llegando casi al Pasaje Gálvez, en aquel tiempo aún calle, y a la estatura de Goliat, ostentaba letrero esmaltado azulino que evidenciaba el nombre de la mencionada rúa. Corriendo el tiempo, por nocturna prestidigitación criolla, el dueño del inmueble retirólo y, como buen hijo que era, puso en su lugar el nombre del progenitor. Sucediéronse almanaques y en estos momentos me muestro indeciso para afirmar o negar si prosperó tan loable arrebato de amor filial o si la diminuta arteria recuperó su apelativo primigenio. Lo más seguro es que todos se acostumbraran al hecho consumado.
Calle Pachitea / Archivo Humberto Curarrino – Callao

Esquina de Galvez con Calle Pachitea / Archivo Humberto Curarrino – Callao
Semejante a Pachitea por sus dimensiones, al lado opuesto de la paralelepípeda manzana, se halla la tercera cuadra de Libertad, que también fue calle de una sola familia -la de Valdivia Villarán-, casa natal de mis amigos Eduardo y Juan Carlos, y de varios negocios, que enumeramos partiendo de Miller: la ferretería de don Serafín, la sastrería de don Jerónimo Méndez y la chingana El Imán, cuya mesa de fulbito nos atraía de adolescentes gravitándola los sabatinos escolares. En sus escaparates exteriores de un cedro deshidratado, consumido por el Sol, en anaqueles superpuestos detrás de los vidrios formaban fila botellas de varios colores: albares, de aperitivo; glaucas, de bajativo; y, de por medio, otras de afamadas viñas lunahuanenses, iqueñas, arequipeñas o majeses, entre las que destacábanse recipientes de líquido transparente con etiquetas que me traían a la memoria aquella copla atufada de alcohólicos vapores imitativas de la zarzuela La Verbena de la Paloma:
Dónde vas con botellas vacías
De inmediato las voy a cambiar
Son botellas del gran Pisco Vargas
Que una casa me va a regalar...
Tampoco ha llegado a mi noticia que de veras en su día el gran Pisco Vargas regalase casas.
De Tonchi no hablaremos porque ya pertenece a la cuarta cuadra liberteña. Frente a Tonchi y de la ferretería de don Serafín, en el vértice del ángulo, por unas puertas vaivén de vidrio esmerilado se accedía al Restaurante Tokyo. Una vez dentro, ajetreadora dejábase sentir la cocina. Sus fogonales lumbres, como fuego yahvélico en ímpetus de virtuosísimo enojo, alzábanse a guisa de lenguas lamedoras del cielo raso que amenazaban salir despavoridas por la claraboya del cenit en busca de los gallinazos de la comarca, asiduos parroquianos de la cruz de La Matriz, cofa desde donde oteaban gatos y ratas difuntos. ¡Qué cacerolas, qué sartenes y pailones sobre tan sobrepujados braseros! El Restaurante Tokyo esparcía sus fragancias impregnando de especias, condimentos y aderezos los tornillos, remaches y tubos de don Serafín, las confecciones de don Jerónimo Méndez y los recovecos etílicos de El Imán.
Esquinas del Restaurante Tokio y la Bodega de Tonchi en la Calle Libertad / Archivo Humberto Curarrino – Callao
Un negocio adicional tenía sus reales en la misma cuadrita, peluquería cuyo nombre se me ha desvanecido en el devenir de las anualidades. Dueña de ambiente claro, aseado, con un par de sillas o butacas giratorias, poltronas capaces de elevarse o descender a voluntad con ayuda pedálica invertida por la fuerza de las extremidades locomotivas de dos rapistas, y espejos de medidas vastas para autoobservación narcisesca de quienes confiaban la testa a los esquiladores profesionales. Los recuerdo. Eran hombres trigueños, alto uno y más bajo el otro, adustos ambos, con cabezas y pelos que la Madre Naturaleza había tomado de modelo para concebir hongos. La peluquería ostentaba barra de madera colgada a un lado de la puerta, por la parte de afuera, a medio camino entre dintel y umbral, sobre una de sus jambas, que el dueño izaba por las mañanas y arriaba al anochecer, al cerrarla, con los colores nacionales pintados en diagonal, como era costumbre en las barberías de aquellos dichosos años.
Llegando a la esquina, ingresábase en el taller o laboratorio fotográfico del señor Cuadros, pero su entrada verificábase ya por el lado del Pasaje Gálvez, no por Libertad, teniendo al frente otra sastrería, la del señor Velazco,... ¡Cuánta savia y vigor concentrados en tan poco espacio!
Pasaje La Misión con Libertad Foto estudio Cuadros / Archivo Humberto Curarrino – Callao

Pasaje La Misión con Libertad Farmacia Europea del Sr Francia / Archivo Humberto Curarrino – Callao

Esquina de Calle Salaverry con La Mar  / Archivo Humberto Curarrino - Callao

Bazar Nicolla Coppello en la esquina de Pasaje La Misión con Pasaje Independencia, costado de la Iglesia Matriz 
Archivo Humberto Curarrino - Callao
La tercera cuadra de la Calle Libertad era punto de inflexión, en leve declive viniendo desde la segunda, y de reducido ascenso yéndose hacia la cuarta. Recapitulo sus pistas y sus veredas, sus afluencias y sus efluvios, que no han palidecido en las cisuras ni neuronas cerebrales desde pretéritos tiempos que ahora evocamos. Llegado aquí cabe la interrogación histórica: ¿Habría logrado marcharse indemne, incólume el gran Plutarco?,... ¿Habrían salido ilesos e intocados óbolos y dióbolos; dracmas, estáteras y demás metales de su faltriquera?
Ricardo E. Mateo Durand
Tartu – Estonia
Otoño boreal de 2010






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