CALLES PARALELAS
Si el
gran Plutarco (50-125 d.n.e.) -no me refiero a Plutarco de Atenas (350-432) ni
a Plutarco de Alejandría (m 202), sino a Mestrio Plutarco de Querona, el nacido
en Beocia y autor de Vidas Paralelas-, que fue tan excelente viajero, hubiera
visitado El Callao, sin duda, arrancando desde el Puerto y Malecón-Dársena sus
pasos lo habrían dirigido a La Plaza de la Independencia y a La Fortaleza del
Real Felipe, y hubiera gozando del rumor de la fuente, a la que por milagro
divino hasta ahora a ningún alcalde se le ha ocurrido sacar ni reemplazarla con
placa alusiva a su propia persona. Seguiría adelante, examinando murallas,
troneras y almenares del Rodil, con su soberbio foso que siempre estuvo en
sequía, si bien boyante de lagartijas y alacranes. Midiendo la Calle Lima, sin
que pasara desapercibido cuanto de largo, ancho y alto posee ésta, se habría
aventurado por sus salvacoches y bocacalles. Canillitas opantorrilludos de
entonces habrían querido venderle periódicos o algún huachito de la suerte
cobradero el Día del Juicio. Los comisionistas o jalagente de los negocios
aledaños a la RENIEC lo habrían acorralado para tomarle fotos o endosarle
portacarnets o lo que fuere. Los niños y niñitas alquilados, famélicos
consuetudinarios, habríanlo cercado para que les diera limosnita, o comprara
chicles y sublimes, que no saben ya a chocolate sino a grasa indefinida.
Reanudando
odisea imaginaria del famoso Plutarco, siempre con la mano puesta sobre la
faltriquera cuidándose óbolos y dióbolos; dracmas, estáteras y demás metales
crematísticos, daríamos por hecho que en su inicial derrotero hubiera
felizmente arribado a los confines de su primera cuadra, teniendo la Calle
Teatro con la Mar Brava a la diestra, y la de Salaverry, con vecindad del
Terminal Sur, a la siniestra. A una braza cuasi esquinera dáse con finca que
antaño fue estanco del ron y hogaño sede de un gremio, colindante con la
cafetería de Víctor Zapata. Su peregrinaje lo enrrumbaría por La Plazuela
Gálvez, en uno de cuyos recodos y meandros miccionales y defecatorios se habría
dado de narices con la Calle Pachitea que, luego de desaparecido el Pasaje Ríos
por ignorancia alcalduna, detenta el primer lugar en cuanto a nimiedad
extensiva. En efecto, Pachitea fue residencia de una sola familia y sede de un
establecimiento: lechería, que tenía segunda puerta en Miller, salita limpia,
aireada, con mesas de metal ornamentado y tableros de mármol, que olía a nata
hervida, a mantequilla, quesos y café, como que con sólo cruzar la Calle Miller
e ir a la acera de enfrente Leticia panificaba hogazas de agua o de manteca,
pasteles y panes dulces con pasas, budines exquisitos. Al lado de Leticia
recuperábanse papalindos lisiados y muñequitas de biscuí. Dando un paso
lateral, lucían letreros dos celebérrimas funerarias.
Plaza Galvez, ex Dos de Mayo / Archivo
Humberto Curarrino - Callao
Calle Salaverry con Calle Lima / Archivo
Humberto Curarrino - Callao
Volvamos
a la casa de la Calle Pachitea. Llegando casi al Pasaje Gálvez, en aquel tiempo
aún calle, y a la estatura de Goliat, ostentaba letrero esmaltado azulino que
evidenciaba el nombre de la mencionada rúa. Corriendo el tiempo, por nocturna
prestidigitación criolla, el dueño del inmueble retirólo y, como buen hijo que
era, puso en su lugar el nombre del progenitor. Sucediéronse almanaques y en
estos momentos me muestro indeciso para afirmar o negar si prosperó tan loable
arrebato de amor filial o si la diminuta arteria recuperó su apelativo
primigenio. Lo más seguro es que todos se acostumbraran al hecho consumado.
Calle Pachitea / Archivo Humberto Curarrino –
Callao
Esquina de Galvez con Calle Pachitea / Archivo Humberto Curarrino –
Callao
Semejante
a Pachitea por sus dimensiones, al lado opuesto de la paralelepípeda manzana,
se halla la tercera cuadra de Libertad, que también fue calle de una sola
familia -la de Valdivia Villarán-, casa natal de mis amigos Eduardo y Juan
Carlos, y de varios negocios, que enumeramos partiendo de Miller: la ferretería
de don Serafín, la sastrería de don Jerónimo Méndez y la chingana El Imán, cuya
mesa de fulbito nos atraía de adolescentes gravitándola los sabatinos
escolares. En sus escaparates exteriores de un cedro deshidratado, consumido
por el Sol, en anaqueles superpuestos detrás de los vidrios formaban fila
botellas de varios colores: albares, de aperitivo; glaucas, de bajativo; y, de
por medio, otras de afamadas viñas lunahuanenses, iqueñas, arequipeñas o
majeses, entre las que destacábanse recipientes de líquido transparente con
etiquetas que me traían a la memoria aquella copla atufada de alcohólicos
vapores imitativas de la zarzuela La Verbena de la Paloma:
Dónde vas con botellas vacías
De inmediato las voy a cambiar
Son botellas del gran Pisco Vargas
Que una casa me va a regalar...
Tampoco
ha llegado a mi noticia que de veras en su día el gran Pisco Vargas regalase
casas.
De Tonchi
no hablaremos porque ya pertenece a la cuarta cuadra liberteña. Frente a Tonchi
y de la ferretería de don Serafín, en el vértice del ángulo, por unas puertas
vaivén de vidrio esmerilado se accedía al Restaurante Tokyo. Una vez dentro,
ajetreadora dejábase sentir la cocina. Sus fogonales lumbres, como fuego
yahvélico en ímpetus de virtuosísimo enojo, alzábanse a guisa de lenguas
lamedoras del cielo raso que amenazaban salir despavoridas por la claraboya del
cenit en busca de los gallinazos de la comarca, asiduos parroquianos de la cruz
de La Matriz, cofa desde donde oteaban gatos y ratas difuntos. ¡Qué cacerolas,
qué sartenes y pailones sobre tan sobrepujados braseros! El Restaurante Tokyo
esparcía sus fragancias impregnando de especias, condimentos y aderezos los
tornillos, remaches y tubos de don Serafín, las confecciones de don Jerónimo
Méndez y los recovecos etílicos de El Imán.
Llegando
a la esquina, ingresábase en el taller o laboratorio fotográfico del señor
Cuadros, pero su entrada verificábase ya por el lado del Pasaje Gálvez, no por
Libertad, teniendo al frente otra sastrería, la del señor Velazco,... ¡Cuánta
savia y vigor concentrados en tan poco espacio!
Pasaje La Misión con Libertad Foto estudio Cuadros / Archivo Humberto
Curarrino – Callao
Pasaje La Misión con Libertad Farmacia Europea del Sr Francia / Archivo
Humberto Curarrino – Callao
Esquina de Calle Salaverry con La Mar / Archivo Humberto Curarrino - Callao
Bazar Nicolla Coppello en la esquina de Pasaje
La Misión con Pasaje Independencia, costado de la Iglesia Matriz
Archivo Humberto Curarrino - Callao
La
tercera cuadra de la Calle Libertad era punto de inflexión, en leve declive
viniendo desde la segunda, y de reducido ascenso yéndose hacia la cuarta.
Recapitulo sus pistas y sus veredas, sus afluencias y sus efluvios, que no han
palidecido en las cisuras ni neuronas cerebrales desde pretéritos tiempos que
ahora evocamos. Llegado aquí cabe la interrogación histórica: ¿Habría logrado
marcharse indemne, incólume el gran Plutarco?,... ¿Habrían salido ilesos e
intocados óbolos y dióbolos; dracmas, estáteras y demás metales de su
faltriquera?
Ricardo E. Mateo Durand
Tartu –
Estonia
Otoño
boreal de 2010
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