LA
CARTA
Está escrita sobre una hoja de papel de 25 centímetros de
largo por 20.5 ancho. El autor y remitente la había doblado por la mitad y
redactó su misiva utilizando la primera y tercera caras resultantes. La segunda
y cuarta quedaron en limpio. La primera se encuentra prácticamente llena, casi
completa: iniciola con el nombre de la ciudad en cuyo puerto se hallaba
acoderado su barco: Vualxan 16 de Junio
de 1892. La tercera, sólo en su parte superior, ocupa una mínima porción de
la misma, que concluye con su propia firma: Miguel
P. A. Cargotihe, siendo obvio que quiso poner Cargotich. Poseo únicamente la carta misma, sin que se preservara el sobre
primigenio.
Advierto a los lectores de este documento que me
circunscribiré a transcribirlo respetando la grafía original.
La tomé entre mis manos y la observé por el anverso y el
reverso. Tal vez cualquier otro la hubiera mirado con indiferencia, como un
pedazo de papel viejo, sin importancia, pero no yo que aparte de restaurador de
papel a lo largo de tres decenios soy, igualmente, pariente del autor de la
misma. Ni la neutralidad, apatía ni desgana cabían en mi espíritu e intelecto.
Ni siquiera la simple tibieza. La contemplé tranquila y despaciadamente pero
con devoción, con infinita devoción y cariño. La contemplé con inmenso amor. Me
la acerqué a la nariz y mis fosas nasales captaron un lejano olor a brisas
oceánicas, a hálitos de humedad y hongos, a esencias de algas marinas, a
fragancias distantes y cercanas, a perfumes y efluvios del Callao, ésos que se
apoderan de los libros, ésos que impregnan sus folios, cuya persistencia
pervive entre sus hojas haciendo caso omiso de lugares, espacios y anualidades.
Si la hubiera llevado a los labios y hubiese probado no dudo que me habría
proporcionado sabores fuliginosos, hollinados o guaneros.
Cogí una lente de aumento. La lupa era un aro que
sujetaba cristal de buen espesor. Su abrazadera, de metal bruñido, plateado y
refulgente, sostiénese sólidamente fija a un mango negro de plástico acanalado.
Era un artefacto compacto, firme y resistente. Lo tomé decididamente con mi
mano derecha y lo interpuse entre mis ojos y el papel, operación merced a la
cual pude distinguir las letras manuscritas con mayor tamaño y precisión, con
la ventaja adicional del chorro considerable de claridad agregada.
Se trataba de papel grueso, no de fibra vegetal extraída
de árboles, y menos de reciclado,
sino del que por entonces en el último tramo del siglo XlX habitualmente se
empleaba, que es el denominado papel de trapo. Era, pues, una hoja con base de
pulpa trapera, resistente a los agentes ambientales, al uso y, naturalmente a
la acción del tiempo, para el cual antes o después las cosas de la vida quedan
relegadas a la desaparición definitiva y al más absoluto olvido.
La cuartilla posee sus bordes enteros, con sólo una
pequeña rotura de pocos milímetros. La superficie muéstrase lisa y plana. Unas
ligeras arrugas y rugosidades le restaban la tersura que habríamos deseado,
pero ello no significaba desventaja ni fealdad puesto que nos facultaba para
hacernos cargo de su vetustez. El documento con base de papel, especialmente,
como dejamos consignado, de papel de trapo, al igual que las personas, gana
respetabilidad con el decurso de los tiempos. Su color era amarronado. Aparte
de cierta suciedad, cuya responsabilidad recaía sobre el polvo de los años y
frecuente manipulación, y de escasísimas y casi detectables manchas de humedad,
podemos afirmar que se hallaba en excelente estado. La miré al traluz y observé
sus hebras, los hilos que corrían paralelos, el rayado propio de la fabricación
del papel de trapo. Concentré mi mirada en la marca de agua y pude dilucidarla:
LA
HELLE FRAN
LINEN
Hago la salvedad que en su centro, como indico, habían
colocado el símbolo de la Flor de Lis. La palabra FRAN había quedado inesperadamente fragmentada por la guillotina
del fabricante al cortar el pliego o al cortar la resma, debiéndola nosotros
completar con CE, lo que nos posibilitaba enterarnos de la frase completa: LA HELLE FRANCE.
Siguiendo el movimiento, espacio y forma de las letras y párrafos, un breve examen grafológico nos arrojó algunos puntos sobre su carácter, temperamento y personalidad. El trazo, pleno, perfil, partes esenciales y secundarias de los signo gráficos nos revelaron a un hombre joven, muy joven, adolescente, como en realidad lo fue Miguel cuando escribió su carta, su última misiva; entusiasmado por la vida, soñador, imaginativo pero también con los pies bien puestos sobre la tierra, en su caso sobre su barco, y éste, sobre el mar.
La destinataria de la carta fue mi bisabuela Margarita Shaw de Cargotich (1860-1903), que, por entonces, quizás, aún no había quedado viuda. Muerto su marido, casose en segundas nupcias con mi bisabuelo Giuseppe Gio Batta Tassara Bruzzo (1852-1940). Gracias a mi abuela paterna y a su hijo, mi padre, la carta simultaneamente vino hasta mí acompañada de la historia del suceso. Reconociendo documentos a la muerte de éste, lo hallé en su archivo personal. La historia que oralmente llegó a mis oídos es como sigue:
Margarita Shaw
Vecino de mi bisabuela Margarita en El Callao fue un
capitán de barco mercante, cuyo nombre no ha perdurado hasta nosotros. La nave
velera recorría todos los océanos y mares tocando todos los continentes y
tierras insulares y, a su retorno, nuestro Capitán venía cargado de inédita
experiencias naúticas, de relatos y comentarios referentes a sus lejanas
singladuras, episodios que germinaron, echaron raíces y florecieron en la
fresca imaginación de mi tío abuelo Miguel. Miguel, seguramente, le trasmitió
sus anhelos a su madre Margarita. Margarita reflexionaría, cavilaría, sopesaría
los riesgos, pero a las persistentes y reiteradas instancias del hijo optó por
darle su consentimiento y conversó con el Capitán, quien tomó al muchacho bajo
su cargo.
El espíritu y corazón chalacos nos resultan inconcebibles
sin las amplitudes y espacios marinos, incomprensible sin el canje de
mercaderías y géneros trasportados sobre las aguas, inadmisible sin intercambio
de cultura y relación con las demás civilizaciones. Mirando nuestra realidad
bajo esta óptica podemos afirmar que todos los chalacos nacemos potencialmente
casados con la mar.
No sabría consignar si la carta fue escrita en el primero
o en el segundo viaje, o quizás en uno de número posterior. Sí, que nunca más
volvió mi bisabuela a recibir ninguna otra suya. ¿Serían víctimas de alguna
tormenta o temporal de verano boreal? ¿En qué latitud y en cuál paralelo
ocurriría el desastre? Las noticias fueron que el barco naufragó en alta mar
tragándose las aguas a todos sus tripulantes.
En la intimidad de su domicilio de la Calle Montezuma, en
la siguiente cuadra contigua del mercado que conocemos como Placita Chica,
entre las calles Venezuela y Zepita, acodada al alféizar de su ventana chalaca,
mi bisabuela esperó hasta el final el retorno de su vástago. ¿Cuántas lágrimas
derramaría en el marco del vano de su ventana? ¿Cuántas veces lloraría
estrechando la carta contra su pecho? Ella sabía que se reencontrarían, y no se
equivocó: El reencuentro, en efecto, se verificó cuando hubo muerto.
Paso a reproducir el documento. Hago reiterada y expresa
constancia que he respetando su grafía original:
Vualxan
16 de Junio de 1892
Qerida
Mama
Deseo
que ala ora destes goses de mallor salud en reunion de toda la familia, el buque
a salidode printsison a Vualxan a xargar madera para londres i despues falmos
un puerto despues a nueballor quon quarca de cerosin para gupan la hina i diai
a pintisson, nuestrobiace sera dos años despues quisa nosetine seguro a onde
balla el buqueba a nueballorc para mudar los quasscos asme el fabor de
esquribirme a falnos a qualquierde misia barbarita, no tengas quidadoque llo
tesqribire siempre, memorias a ti y a maria un besito i un abraso, memorias a
mister Jorge a misia Corina a barbarita a breise a luisita a don guan i a don
gose i a protito i a pihin, de ai a fransisco a martines i a parodi, ide ai
desde misia melhora i margarita asta el ultimo mo, illo mama deseo mallores
felisidades a dios.
Miguel
P. A. Cargotihe
A mi
tio pedro muhas memorias
Hasta aquí el contenido de la epístola de Miguel
Cargotich Shaw. Pero hay algo más: la encontré dentro de un sobre aéreo que mi
padre consiguió para protegerla, en cuyo frente mi padre escribió a máquina:
Este
sobre contiene una carta escrita en 1892 por mi tío Miguel Cargotich, hermano
mayor de mi mamá y quien desapareciera en un naufragio a la edad de los 13
años. Esta es la única carta que se conserva de él y probablemente sea la
última que escribió.
Conservarla
con mucho cuidado.
E. M. T.
E.M.T. son las iniciales de Elías Mateo Tassara.
Como albacea que me corresponde por derecho propio, por
ser descendiente suyo, cumplo con el deseo paterno de conservarla con mucho cuidado, haciéndote partícipe, apreciado
lector, de su custodia
Ricardo E. Mateo Durand
Tartu – Estonia
El Callao – Perú
Miércoles 04 de enero de 2012
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